sábado, 21 de septiembre de 2013

LATIDO INDECISO DE UN CORAZÓN (A SABIENDAS DEL AMOR).

Sabe el amor que a lo lejos, en la distancia, se divisa el abismo, infinito, pero inmensas son las ansias de encontrarle pronto en mi camino, que deje de ser desconocido, para saberle distinto y acurrucarle en mi cama. Sabe el amor que de cerca me pierden las ganas y el apetito se activa babeando saliva mojando hasta mi ombligo, desatando lo sexual, liberando mi líbido. Sabe mi amor que quiero encontrarme desnudo envuelto entre sábanas blancas, alguna mañana cualquiera de domingo. Saben, los que ya amanecieron conmigo, que ha de ser especial, el momento y el lugar precisos, si no... no vale de nada, no vale que arranquen de mi alma algún mísero gemido. Saben, pero yo aún no sé, cuál es el camino a seguir cuando el corazón bombea indeciso, queriendo latir a prisa. Sé, y los demás no saben entender, que tener que elegir me duele, me ausenta, me remueve, me atormenta, calando bien hondo en mis sentidos. Y a sabiendas de querer querer, quiero encontrar atino en un suspiro repentino que no se líe con más miradas, para mirar al futuro con pies descalzos y el alma descubierta. Pero es que entre tanto y con tan poco, me quedo con las manos en los bolsillos, vacías, vacíos, mirando cómo se pasa la vida, sintiendo cómo me atraviesa la rabia como una daga que amarga por no tener dos vidas enteras para amar más de lo debido. 



Fotografías tomadas el 20 de Septiembre de 2013 en Madrid en colaboración con el fotógrafo y amigo Luis Sosa (Luissh Photos facebook page).








lunes, 16 de septiembre de 2013

LEER SON CUATRO LETRAS.



No lo había entendido de tal manera hasta ahora. Me lo habían contado en más de una ocasión, y lo había visto por ahí en tantas otras, pero ahora sé que es cierto. Tan cierto como el sol que brilla. Leer hace feliz.

Leer le da alas a mi cabeza, a mis entrañas, inspira mi vida. Leer me hace libre, me rompe las cadenas. Leer me hace entender otras miradas, otras culturas, y compartir su punto de vista, o no hacerlo, pero me sirve para tener una imagen más cierta de ellas y respetarlas, eso siempre. Leer me hace viajar más de lo que pueden mis pies. Es un pasaporte sin límites. Me ofrece un abanico inmenso de posibilidades. Me dibuja un mapamundi listo para ser conquistado, sin fronteras. Leer me empuña en un instante una espada para combatir los miedos, y al momento, me envuelve en un beso lento dado bajo la lluvia del mes de Abril. Leer le devuelve a mi cuerpo de adulto el niño que vive dentro, y a la vez, madura los huecos que aún en mí están por crecer. Leer me hace suspirar pensando en la belleza y armonía de las palabras, en el mecanismo mágico que éstas entrañan a la hora de colarse en el corazón... ¡entrando por la mirada!.

Leer es un acto que, he de confesar, a veces me cuesta arrancar -¡maldita pereza!- pero que una vez empezado no hay quien me detenga. Despierta mis musarañas y acaban ellas por contarme nuevas historias. Así lleno mis noches, espantando a los miedos. Me crea fantasías, y en un desvelo, me agranda el alma y me cuida. Leer despista de la rutina que ahoga, de la mentira que envenena, de la espera que desespera. Leer ayuda a creer y a crecer, a mantener viva la llama, a querer ser.

Leer son sólo cuatro letras de un abecedario plagado de tantas, que cosidas unas con otras, me hacen escribir nuevas historias para que otros las descubran.

Pasen y lean.











martes, 10 de septiembre de 2013

SOMOS HUMANOS.

Somos humanos. Nuestra humanidad es la característica que así nos define, a pesar de que muchas veces tengamos la sensación de que ya la hayamos perdido. Eso. Esa capacidad de sentir cuando algo nos eriza la piel y un escalofrío nos recorre el cuerpo entero; de emocionarnos cuando nos toca el alma -porque aunque el alma sea intangible, sabemos que está viva en nosotros-; de estremecernos cuando una canción, una fotografía, una historia, nos conmueve; de solidarizarnos cuando vemos que la tragedia y el dolor acechan sin saber por qué; de suspirar cuando en el estómago habitan mariposas; de amar más allá de lo que a veces pensamos seríamos capaces; de asustarnos y sentir miedo a la soledad, al vacío, a decepcionar, a fracasar, a fallar, a no ser querido, ni siquiera por nosotros mismos...; o de sonreír y estallar carcajadas cuando la vida sabe a risa. Todo eso nos hace humanos. Nos revestimos de piel y albergamos algo más que músculos y huesos en el interior, pero somos de sobra más que eso. Somos seres frágiles. Seres que están expuestos al mundo. Somos vulnerables, y somos bellos. Cada imagen que se cuela en nuestras pupilas nos puede modificar en sólo un instante, aquello en lo que creemos. Cada acorde o cada melodía que acaricia nuestros tímpanos puede trastocarnos la percepción que hasta entonces teníamos del sonido. Cada ráfaga de olor que inhalamos se pasea por nuestras entrañas despertando recuerdos y creando nuevos. Cada muestra de sabor hace que nuestra lengua reconozca el placer que queremos. Cada golpe que recibimos, cada caricia que aceptamos, cada beso que nos dan, y damos, cada abrazo, modifica nuestra piel llenándola de cicatrices y de pruebas de amor. Es inevitable. Y resulta maravilloso, saber que cada palabra que pronunciamos puede tener todo ese efecto en las personas a las que se las decimos. Porque tenemos en nuestra voz el poder de querer y de dañar casi por igual. En nuestra boca y corazón está la decisión de elegir un camino u otro. Y cambiarlo todo.








miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL PUENTE DE MIS SUEÑOS.


Pisé sus tablas de madera y respiré profundamente. Por dentro, grité sin parar como a quien le ha tocado la lotería. Ese era mi cupón premiado. Ante mis ojos brillantes, el puente de mis sueños. Él tuvo la culpa de hacerme volver a la gran ciudad para buscarme entre tanta gente, entre un centenar de rascacielos; para encontrar un yo diferente, renovado, ilusionado, en estos tiempos en los que el miedo asoma en el abismo de luchar por lo que uno es y quiere.

Caminé lentamente, al contrario de lo que hacía la muchedumbre. Yo no tenía prisa, y tampoco pretendía seguir la corriente. Lo único que me esperaba por delante era mi futuro, incierto, pero mío en la medida de lo posible. Me prometí disfrutar plenamente ese paseo de un lado al otro, de Manhattan a Brooklyn, como si en ello me fueran los últimos instantes de vida. No era para nada eso, pero era simbólico. Cruzarlo era cruzar con todos mis sueños e intenciones, con mis miedos e incertidumbres, para encontrarme al otro lado y verlo todo diferente, con otra perspectiva. Porque a veces la vida necesita de distancia para saber lo que queremos.

Gente en bicicleta, coches a los lados, obras de rehabilitación de un puente de más cien años. Turistas con cámaras de fotos, trabajadores trajeados, mendigos con la piel gastada, y vendedores con souvenirs caros. Ruido que acecha desde la isla flotante de edificios, mi nuevo hogar en un gran barrio que espera al cruzar el río. Y mientras yo caminando por el único lugar en el mundo que concentra en un mismo punto un concierto de casualidades: viandantes por los que puede pasar un avión sobre sus cabezas, a la vez que coches a sus pies, barcos navegando el río, o trenes por el túnel subterráneo que lo atraviesa. Es mágico. Es inédito. Es hermoso, sentirlo.

Cuántas veces en la vida tenemos que cruzar puentes cuyo final no vemos desde el principio. Asusta. Nos invade el vértigo de atrevernos a caminar, a arriesgar; a veces olvidamos que un viaje de mil millas comienza con un sólo paso...

Seguí con mis pies hacia la otra orilla y llegué. Entonces lo vi todo más claro. Entendí, con sólo una imagen, el sentido de mi aventura. Atardeció en Manhattan. Suspiré lleno de vida.




Fotografías tomadas durante los meses de Septiembre a Noviembre del 2012 en Brooklyn Bridge, New York.