martes, 25 de febrero de 2014

MUJER TENÍAS QUE SER.

Mujer tenías que ser.

'Mujer tenías que ser', llevo toda mi vida escuchando esa tan tradicional frase que, insultantemente, viaja directa o indirectamente de una boca a otra; sale disparada de las cuerdas vocales de personas que vuelcan en ella toda su ignorancia y prepotencia como si pronunciarla les otorgara la autoridad suficiente para dejarme a mí, Dolores García o Lola, como me gusta que me llamen, y a todo mi género, por los suelos. Pero no sólo es la dichosa frase con sus cuatro palabras y dieciséis letras, pues va más allá esto, ya que hay muchas miradas que, bocas selladitas, hablan más que callan y dañan -vamos que si dañan- porque ven, ríen y enmudecen. Sólo rompen su silencio para soltar carcajadas al escuchar el típico chiste de fiesta, o de relleno, o de comida de empresa, o de panda de necios,... ¡o necias! (lo que faltaba). El inconfundible chiste tipo: ¿Qué hace una mujer fuera de la cocina? -me gustaría no acabarlo, no contarles el final, pero ¡qué leches!, que viven en mi mismo mundo...- Turismo. Pues sí, yo cuando salgo de la cocina para coger el teléfono rápidamente porque la compañía de telecomunicación de turno quiere ofrecerme una megaoferta, estoy haciendo turismo; mientras sorteo el desconcierto de juguetes de mis dos hijos que hay danzando por el suelo del pasillo, también hago turismo; o mientras se cuece el cocido, y aprovecho para ir de dormitorio en dormitorio para hacer las camas... ¿saben? sí, eso es, estoy haciendo turismo. De tal manera que ya he estado en París, Londres, la India, Buenos Aires, Nueva York, la Gran muralla china, y lo siguiente es el Sáhara. Todo eso con sólo cruzar el umbral de la puerta de la cocina. ¡Olé por nosotras, mujeres!
"¿Dónde narices está la gracia?" pienso yo, porque nunca le encuentro el punto de humor al machismo. Vale, que a lo mejor hay que tratar de reírse de todo, y mira que yo soy de las que enseguida sueltan una carcajada (aunque ahora no se lo parezca); el caso es que creo que siempre somos unos bandos los que admitimos la gracia, y otros los que las hacen y no se miran nunca al espejo.

A lo que iba... hoy he amanecido a las siete y veintiocho de la mañana, ocho minutos más tarde de lo normal. Por ese lado, bien, pero si a eso le sumas que dos animales salvajes llamados Manuel y Pablo, estaban pegando gritos ya desde primera hora por ver quién era el dueño del mando a distancia del aparato que les atonta a incalculables dimensiones... entonces, con dolor de cabeza incluido, con mareos propios de la edad, con una montaña de ropa esperando en el baño para entrar directa a la lavadora, con todo eso y mis preciadas legañas, allá voy.
Una hora después, problema solventado, estamos terminando de vestirnos, mis hijos y yo, digo. Mi marido ha salido de casa a las 7.15 para ir a su trabajo, que aún conserva, por suerte. Nos metemos en el coche, les abrocho a las sillas con sus cinturones de seguridad y nos ponemos en marcha hacia el colegio. Al llegar, ¡tachaaaan!, sitio en la puerta. Reduzco la velocidad, pongo el intermitente izquierdo, viro el volante, dejo que pase el coche de detrás que parece que tiene hambre por la cercanía al mío, y empiezo a maniobrar: un poco para un lado, un poco hacia atrás, apurando al máximo al coche que está aparcado detrás y... clic...

-Pero, ¡¿qué haces?! ¿¡es que no sabes conducir o qué!? ¡ten más cuidadiiiito, gili*****s!¡Mujer tenías que ser! -todo eso es lo que me soltó el conductor del coche al que le rocé literalmente el morro con mi parte trasera. Un simple clic. Un simple roce y ya me he ganado el premio del día: la tan preciada frase.

Con todo eso, dejando a mis hijos con el mayor cariño posible en la puerta del colegio, me dispongo a dirigirme hacia mi trabajo; porque sí, también por suerte, trabajo, para ser exactos en una agencia de viajes en la que se me requiere de buena presencia, o lo que es lo mismo: tacones, pendientes, pelo recogido, bien lavado, maquillaje oculta-arrugas, sombra de ojos oculta-ojeras,... ¿sigo?. Entran por la puerta un señor y una señora de unos 50 años aproximadamente. Se sientan cómodamente mientras yo les recibo dándoles los buenos días y ofreciéndoles una gran sonrisa. Empezamos a charlar sobre qué es lo que buscan. Mi ordenador, esa máquina que tanto nos ha hecho evolucionar, se queda "pillado" cada dos por tres, y ahí está... tratando de conectarse al servidor para buscar ofertas y posibles destinos a una velocidad estrepitosamente... lenta. Y así ocurre que el hombre, acompañado de la mujer, me suelta una mirada como diciendo... sí, han adivinado... mujer tenías que ser. ¡Cómo si de mí dependiera que el ordenador vaya mejor o peor! Pero claro, eso al señor le importa un pimiento, ya que está haciéndole señas a mi jefe para que venga él a ver qué pasa y lo solucione todo, todo, y todo.

Así durante toooodo el día.


Exhausta, dan las once de la noche. Mi marido y yo estamos en el sofá del salón viendo la televisión, el mismo aparato que dije atonta a mis hijos. Ellos, duermen desde hace tan sólo veinte minutos. Nosotros, por fin, podemos dedicarnos un tiempo. Mi marido me mira, de la misma manera en que me miró la vez que se puso de rodillas hace ya once años y me pidió matrimonio; de hecho, justo de la misma manera, y justo hace once años... hoy. ¡Cómo he podido olvidarlo!

- Te quiero -empieza diciendo- ¡feliz aniversario mi amor!

Yo me siento fatal, porque me he olvidado y nunca me ha pasado tal cosa. Y encima, para colmo, él se ha acordado antes que yo.

- No importa cuántos años pasen porque adoro pasar los días contigo -continúa diciendo mi marido- aunque a veces la rutina nos consuma, aunque a veces parezca que ya no somos esos dos jóvenes adolescentes... pero eso no importa, yo te quiero. Y te quiero porque mujer tenías que ser para ser esa heroína que saca tres manos cuando sólo tiene dos; que exprime los relojes hasta que consigue todos los segundos que necesita; que lava, plancha y cocina al mismo tiempo; que recibe las llamadas y administra los papeles de la casa; que trabaja fuera y dentro de la misma; que trata de sonreír siempre y quiere como nadie... ¡cómo no te voy a querer!.

Y señoras y señores, mi marido puede que no sea perfecto, pero... hombre tenía que ser para pensar toda esa serie de mentiras sobre mí, y además... hacer que me las crea. Supongo que al igual que no todas las mujeres somos iguales, tampoco lo son los hombres, y este es mi adorable marido. Pero bueno, yo me las creo, porque le quiero, y porque aunque haya más de una que no sea del todo cierta, yo lo intento, yo me esfuerzo día a día porque sí, soy mujer. Soy luchadora, soy cocinera, soy trabajadora, soy madre, soy habladora, soy psicóloga, soy humorista, soy profesora, soy contable, soy administradora, soy sensual, soy guapa, soy única... o por lo menos, eso es lo que de mí como mujer se espera, y no quiero decepcionar a nadie. Mejor dicho: no quiero decepcionarme a mí misma.


Me dirijo a la cocina para hacerme una infusión para dormir mejor y entonces pienso: ¿quién ha dejado la cocina tan limpia?. Me voy hacia el dormitorio dispuesta a dar por concluido el día, y veo que hay un hombre de un metro ochenta roncando plácidamente. Entonces caigo en la cuenta: "Ay Lola, Lolita, Lola, ¡mujer tenías que ser! Si no te agobiaras tanto verías que ese monstruo durmiente de ronquidos honorables también (y por supuesto) sabe hacer cosas..."