Mujer
tenías que ser.
'Mujer
tenías que ser', llevo toda mi vida escuchando esa tan tradicional
frase que, insultantemente, viaja directa o indirectamente de una boca a otra;
sale disparada de las cuerdas vocales de personas que vuelcan en ella toda su
ignorancia y prepotencia como si pronunciarla les otorgara la autoridad
suficiente para dejarme a mí, Dolores García o Lola, como me gusta que me
llamen, y a todo mi género, por los suelos. Pero no sólo es la dichosa frase
con sus cuatro palabras y dieciséis letras, pues va más allá esto, ya que hay
muchas miradas que, bocas selladitas, hablan más que callan y dañan -vamos que
si dañan- porque ven, ríen y enmudecen. Sólo rompen su silencio para soltar
carcajadas al escuchar el típico chiste de fiesta, o de relleno, o de comida de
empresa, o de panda de necios,... ¡o necias! (lo que faltaba). El inconfundible
chiste tipo: ¿Qué hace una mujer fuera de
la cocina? -me gustaría no acabarlo, no contarles el final, pero ¡qué
leches!, que viven en mi mismo mundo...- Turismo.
Pues sí, yo cuando salgo de la cocina para coger el teléfono rápidamente porque
la compañía de telecomunicación de turno quiere ofrecerme una megaoferta, estoy
haciendo turismo; mientras sorteo el desconcierto de juguetes de mis dos hijos
que hay danzando por el suelo del pasillo, también hago turismo; o mientras se cuece
el cocido, y aprovecho para ir de dormitorio en dormitorio para hacer las camas...
¿saben? sí, eso es, estoy haciendo turismo. De tal manera que ya he estado en
París, Londres, la India, Buenos Aires, Nueva York, la Gran muralla china, y lo
siguiente es el Sáhara. Todo eso con sólo cruzar el umbral de la puerta de la
cocina. ¡Olé por nosotras, mujeres!
"¿Dónde narices está la gracia?" pienso
yo, porque nunca le encuentro el punto de humor al machismo. Vale, que a lo
mejor hay que tratar de reírse de todo, y mira que yo soy de las que enseguida
sueltan una carcajada (aunque ahora no se lo parezca); el caso es que creo que
siempre somos unos bandos los que admitimos la gracia, y otros los que las
hacen y no se miran nunca al espejo.
A lo que iba... hoy he amanecido a las siete
y veintiocho de la mañana, ocho minutos más tarde de lo normal. Por ese lado,
bien, pero si a eso le sumas que dos animales salvajes llamados Manuel y Pablo,
estaban pegando gritos ya desde primera hora por ver quién era el dueño del
mando a distancia del aparato que les atonta a incalculables dimensiones...
entonces, con dolor de cabeza incluido, con mareos propios de la edad, con una
montaña de ropa esperando en el baño para entrar directa a la lavadora, con
todo eso y mis preciadas legañas, allá voy.
Una hora después, problema solventado,
estamos terminando de vestirnos, mis hijos y yo, digo. Mi marido ha salido de
casa a las 7.15 para ir a su trabajo, que aún conserva, por suerte. Nos metemos
en el coche, les abrocho a las sillas con sus cinturones de seguridad y nos
ponemos en marcha hacia el colegio. Al llegar, ¡tachaaaan!, sitio en la puerta.
Reduzco la velocidad, pongo el intermitente izquierdo, viro el volante, dejo
que pase el coche de detrás que parece que tiene hambre por la cercanía al mío,
y empiezo a maniobrar: un poco para un lado, un poco hacia atrás, apurando al
máximo al coche que está aparcado detrás y... clic...
-Pero, ¡¿qué haces?! ¿¡es que no sabes
conducir o qué!? ¡ten más cuidadiiiito, gili*****s!¡Mujer tenías que ser! -todo eso es lo que me soltó el conductor
del coche al que le rocé literalmente el morro con mi parte trasera. Un simple clic. Un simple roce y ya me he ganado
el premio del día: la tan preciada frase.
Con todo eso, dejando a mis hijos con el
mayor cariño posible en la puerta del colegio, me dispongo a dirigirme hacia mi
trabajo; porque sí, también por suerte, trabajo, para ser exactos en una
agencia de viajes en la que se me requiere de buena presencia, o lo que es lo mismo: tacones, pendientes, pelo
recogido, bien lavado, maquillaje oculta-arrugas, sombra de ojos
oculta-ojeras,... ¿sigo?. Entran por la puerta un señor y una señora de unos 50
años aproximadamente. Se sientan cómodamente mientras yo les recibo dándoles
los buenos días y ofreciéndoles una gran sonrisa. Empezamos a charlar sobre qué
es lo que buscan. Mi ordenador, esa máquina que tanto nos ha hecho evolucionar,
se queda "pillado" cada dos por tres, y ahí está... tratando de
conectarse al servidor para buscar ofertas y posibles destinos a una velocidad
estrepitosamente... lenta. Y así ocurre que el hombre, acompañado de la mujer,
me suelta una mirada como diciendo... sí, han adivinado... mujer tenías que ser. ¡Cómo si de mí dependiera que el ordenador
vaya mejor o peor! Pero claro, eso al señor le importa un pimiento, ya que está
haciéndole señas a mi jefe para que venga él a ver qué pasa y lo solucione
todo, todo, y todo.
Así durante toooodo el día.
Exhausta, dan las once de la noche. Mi marido
y yo estamos en el sofá del salón viendo la televisión, el mismo aparato que
dije atonta a mis hijos. Ellos, duermen desde hace tan sólo veinte minutos.
Nosotros, por fin, podemos dedicarnos un tiempo. Mi marido me mira, de la misma
manera en que me miró la vez que se puso de rodillas hace ya once años y me
pidió matrimonio; de hecho, justo de la misma manera, y justo hace once años...
hoy. ¡Cómo he podido olvidarlo!
- Te quiero -empieza diciendo- ¡feliz
aniversario mi amor!
Yo me siento fatal, porque me he olvidado y
nunca me ha pasado tal cosa. Y encima, para colmo, él se ha acordado antes que
yo.
- No importa cuántos años pasen porque adoro
pasar los días contigo -continúa diciendo mi marido- aunque a veces la rutina
nos consuma, aunque a veces parezca que ya no somos esos dos jóvenes
adolescentes... pero eso no importa, yo te quiero. Y te quiero porque mujer tenías que ser para ser esa
heroína que saca tres manos cuando sólo tiene dos; que exprime los relojes
hasta que consigue todos los segundos que necesita; que lava, plancha y cocina
al mismo tiempo; que recibe las llamadas y administra los papeles de la casa;
que trabaja fuera y dentro de la misma; que trata de sonreír siempre y quiere
como nadie... ¡cómo no te voy a querer!.
Y señoras y señores, mi marido puede que no
sea perfecto, pero... hombre tenía que
ser para pensar toda esa serie de mentiras sobre mí, y además... hacer que
me las crea. Supongo que al igual que no todas las mujeres somos iguales,
tampoco lo son los hombres, y este es mi adorable marido. Pero bueno, yo me las
creo, porque le quiero, y porque aunque haya más de una que no sea del todo
cierta, yo lo intento, yo me esfuerzo día a día porque sí, soy mujer. Soy
luchadora, soy cocinera, soy trabajadora, soy madre, soy habladora, soy
psicóloga, soy humorista, soy profesora, soy contable, soy administradora, soy
sensual, soy guapa, soy única... o por lo menos, eso es lo que de mí como mujer
se espera, y no quiero decepcionar a nadie. Mejor dicho: no quiero
decepcionarme a mí misma.
Me dirijo a la cocina para hacerme una
infusión para dormir mejor y entonces pienso: ¿quién ha dejado la cocina tan
limpia?. Me voy hacia el dormitorio dispuesta a dar por concluido el día, y veo
que hay un hombre de un metro ochenta roncando plácidamente. Entonces caigo en
la cuenta: "Ay Lola, Lolita, Lola, ¡mujer tenías que ser! Si no te
agobiaras tanto verías que ese monstruo durmiente de ronquidos honorables
también (y por supuesto) sabe hacer cosas..."