Se perfila a lo lejos
la gran ciudad que me despide con sus edificios rascando el cielo para ver si
le hacen cosquillas a todos mis recuerdos, y así no doler como daña este adiós
atragantado en el tiempo. Mis ojos no oponen resistencia a las lágrimas que se
amontonan en mi mirada, resbalan por mi cara hasta sumergirse en mi esencia,
empañando las entrañas de los días aquí vividos pero sin el pesar de los actos
no cometidos. Llegó el día de la despedida. Me visto con la felicidad más pura
convertida en poderosa armadura contra la dureza de la vida. Para siempre
viajarán conmigo en cada célula de mi organismo todos los sentidos que
provocaron aquellas personas que se cruzaron en mi camino. Vestidos ellos de
diferentes colores y con miles de sabores en sus miradas traídas de todas
partes del mundo, me enseñaron que lo bueno siempre espera en aquello que nunca
conocimos; que en la diferencia está la grandeza de la humanidad al entenderse
a pesar de los kilómetros no recorridos.
Aún respiro el humo de
aquellos taxis amarillos que bañan las calles y avenidas de un tono yellow
submarino y me llevan a imaginar que entre tanto tráfico excéntrico, todo se
puede lograr si dejas el corazón incluido. Yo, que soñaba por soñar hace ya
algún tiempo lejano, con venirme a vivir a la gran ciudad, hoy me pellizco la
piel a suspiros para hacerme ver que estos tres meses en mi maleta guardan más
que un viaje de turismo. Me susurro al oído entre sollozos contenidos, el eco que
aún resuena en mis sonidos del silencio más bruto frente al estruendo
ensordecedor de Manhattan desde uno de mis sitios favoritos: el puente de
Brooklyn me abrió sus puertas y yo crucé todas las fronteras, rompí con todas
mis barreras; mis sueños hicieron lo propio y desperté con las ventanas
abiertas entre sábanas blancas envuelto de tantas vueltas que me dio la vida
para llegar más allá de donde podría imaginar. Me imaginé feliz mucho antes
incluso de venir. Me vi inmensamente humano y pletórico viviendo aquí. No
podría dejar plasmado en palabras cada instante en mi mente grabado, eso me lo
guardo en mí.
Paro por un instante y
anochece por última vez en este viaje. Entonces se amontonan en mi mente de
nuevo, de manera incandescente, las bocanadas de aire fresco que mis pulmones
se permitieron dando fuerza a una sonrisa que tantas veces me recuerda lo que
es la vida. La vida no es más que una lucha por los sueños que se cruzan entre
calles ordenadas con avenidas inmensas y que a veces se desvían por una
diagonal imperfecta que lo cruza todo dejando en el aire las ganas de cambio y
certeza. Entre tanto edificio puedo ver clarificado el sentido de un gran
Empire State que mantiene siempre firmes los puntos cardinales de mis ideales
limitando con cualquier pequeño detalle que haga inmenso el instante de
sentirme libre y vivo.
Despega ya este avión
que me lleva de vuelta a mi vida de Madrid, tal como la conocía, y mi mirada se
vuelve de oro al apreciar la inesperada despedida. La ciudad llena de luces ante mis ojos, brilla. Millones de puntos deslumbrantes que desde el cielo puedo
encontrar sin esforzarme dan luz a mi alma que ansiosa, se llena de felicidad
pura y dura y no deja cabida a la nostalgia. El trayecto de este avión da paso
a un mar de nubes blancas deslumbrantes sobre una noche llena de luna y
estrellas brillantes que en el horizonte marcan el destino a seguir, y me
recuerdo por lo que fui allí. Nueva York despertó mi corazón dormido en los
laureles que cansado de no tener quehaceres, huyó allí donde la jungla daba
cabida a un alma contenida. Desaté todas las ganas por plasmar con fotografías
y palabras el amor en su más puro sentido. Y aunque hubo momentos en los que el
miedo colapsó por completo la sangre de mis venas, admito que fui valiente y le
hice frente, y me convertí en el pincel de mi propia vida bien consciente.
Ahora ya respiro en el
hogar el aire cargado de familia y amistad que se quedó parado esperando mi
bienvenida. Ellos son parte de mi sangre, son mi vida. Pero ahora también comparten
espacio con todas las marcas que en mi piel se aprecian: el resquicio de mi
sueño cumplido. Mi corazón tiene un nuevo mapa en él dibujado, Brooklyn en mí
está escrito.
Hasta siempre, hasta
pronto, Nueva York querido.
Las siguientes fotografías son sólo una pequeña parte de miles de imágenes que he cosechado durantes tres maravillosos meses: Septiembre, Octubre y Noviembre de 2012, y que desde ahora y para siempre, serán parte de mí. Por supuesto, tomadas a lo largo y ancho de la ciudad de Nueva York.