Los últimos meses
estaban siendo devastadores para la economía en general, y en particular, para
el país en el que él había nacido. Resultaba que todo ahora tenía un precio. Ya
lo tenía siempre, pero desde hacía un tiempo, desde que rompieron la caja
fuerte del planeta, las consecuencias se hicieron notar en los bolsillos de la
gente, y por eso, agotados, decidieron ellos, los bolsillos, romperse en todos
los pantalones también para hacernos comprender algo.
Con su mochila recién
estrenada y llena de unas cuantas cosas y su cámara fotográfica, aquel joven de
pelo grisáceo anduvo por esos pequeños rincones que a menudo abarrotan
corazones con vida, pero que tristemente, escapa la belleza que los caracteriza
de sus miradas;
bien sea por todos los quehaceres que ocupan nuestros minutos diarios, o bien
por el aluvión de noticias tristes que a menudo nos venden, lo cierto es que
los pequeños momentos y lugares quedan relegados al olvido muy frecuentemente.
Él, por suerte, desde hacía algún tiempo atrás, había empezado a crecer y
comprender que a veces las cosas son más de lo que creemos ver. Las casas, los
coches, las montañas, los semáforos... todas las cosas que nos rodean habían
ido cambiando de concepto en su cabeza y estaban tomando fuerza. La vida en su
más pura esencia se encontraba en su mirada. Las palabras y las imágenes fluían
por su sangre empapando cada una de sus células. Destellos de una Gran vía
iluminada llegaron a su razón, que perdida aún en el resquicio de un sueño
cumplido días atrás, aún le comprimía, sujetaba y bloqueaba el corazón.
Destellos de luces de colores que vistieron a sus ojos de aire limpio y puro, y
fresco que fue directo a los pulmones. Suspiró. Por un instante pensó cómo
seguiría siendo su vida a miles y miles de kilómetros en aquella gran ciudad
que le había dado tanto y que jamás podrá olvidar. Pero en otro instante
revelador comprendió que nunca hay nada definitivo. Tan sólo quizás la muerte.
Entonces sonrío y disfruto de aquellas vistas que ante sus ojos se ofrecían. El
presente. Las vistas de un Madrid apagado desde las alturas, y pequeño en
comparación, pero iluminado en sus entrañas y grande en su interior. La
sensación de no tener nada y a la vez, tenerlo todo. Flotar por el aire y
creerse libre de ser uno mismo. Comienzos que resonaban con redobles de tambor
reproduciendo estruendos ensordecedores en sus inquietudes. Desfiles de ideas
ansiosas de ser firmes y consistentes...
Aquella tarde fue, de
nuevo, el recuerdo del gran sueño, pero fue, también, el nacer de muchos
nuevos.
Fotografías tomadas en la Gran Vía de Madrid y en el Círculo de Bellas Artes la tarde del 9 de Diciembre de 2012.
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