Atardeció
en Madrid pero anocheció con el aterrizar de su avión en la ciudad del amor por
excelencia y esta le recibió con los brazos abiertos: a él, despeinado con
intención, y a su inseparable acompañante desde hace ya tantos años: su
soledad. Por delante se presentaban un puñado de días libres, sin ataduras ni
cadenas, ni relojes, ni siquiera mapas en la mochila. Llevaba en su equipaje lo
justo para vestirse a su gusto para la ocasión, y conocer París de los pies a
la cabeza. Entre ropajes, cámara de fotos, y otros artilugios necesarios para
el viaje, también se colaron en su maleta un montón de preguntas algo
inquietas. Preguntas que llevaban anidadas en sus entrañas desde que su cuerpo
de joven no le dejó más elección que entender el amor como el bien más preciado
del planeta. Y qué incoherencia, que precisamente en este mundo, encontrar el
amor personificado cada vez más resulta una ardua tarea.
Las
personas se encuentran -decimos- por azar del destino. A veces lo ansían de tal
manera que hasta las estrellas pueden escuchar sus plegarías, y olvidan que
tanto desear algo hace perder la propia cabeza, hasta el propio amor a uno
mismo queda relegado al olvido. Qué absurdo. Entonces lo encuentran -el amor
digo- y o bien no lo aprecian, o bien abandonan a su dignidad en la cuneta, al
borde de un abismo en el que más tarde no habrá ni rastro de su pasado y se perderán
todas las piezas de su rompecabezas. Otras veces, ni siquiera lo buscan pero
aparece sin avisar, dándole por completo la vuelta a todas las cosas, llenando
de locura transitoria los días, embriagando la rutina construida. Entonces todo
cambia y por un tiempo la mirada se limpia y este mundo parece ser un lugar más
bello, colmando el aire de suspiros y las barrigas de mariposas alteradas
buscando vuelo. Más tarde, y sin previo aviso se marcha, tal como llegó, y deja
al desnudo heridas que con dificultad sanarán con el paso de los años.
Él,
puro e inocente, no se cansaba de buscarlo en la gente. La esperanza -dicen- es
lo último que se pierde. Su corazón quería creer en eso tan fuerte que incluso
cuando pendía de un hilo su felicidad, él se amarraba con consistencia a la
idea de que tarde o temprano tendría que llegar. Pero no es cierto. No hay
fórmula exacta ni lógica que asegure que el amor, en pareja, ha de llegar a la
vida de todas las personas. No es una función vital como lo es nacer, crecer,
respirar o morir, aunque el amor mismo consuma esos cuatro procesos en el
propio hecho de amar. Y así le ocurría a él, que no sabría si con el paso de
los días llegaría a su vida un compañero con el que compartirse sincera y
sanamente.
De
paseo por la ciudad se sumaron los días en su estancia, así como a su
existencia, y entre tanto silencio interior, implorando en sus propios
pensamientos, con voces en el exterior, se permitió viajar en las miradas de
las demás personas. Como si un haz de luz o un rayo de sol o de vida le hubiera
atravesado el alma, se halló contemplando el pasar de las demás historias
frente a sus ojos desde las perspectiva de quién, con paz, lo explora todo. Sin
prejuicios y con calma, sin ataduras ni plegarias, sin miedos lo
suficientemente fuertes ni propósitos lo suficientemente estables; así se vio
contemplando las pequeñas cosas que le dan sentido verdadero a la vida de amor
en pareja; sin reja que lo encarcele todo y no deje libertad ni cabida a la
imaginación. Amarse significa imaginar mil maneras de dibujar un mejor camino
conjunto y compartido con una persona, y llevarlo a cabo luchando contra ruidos
y silencios, contra tempestades y calmas, contra vientos y mareas, contra el
devenir de una aguja que tictactea en
el reloj cuenta atrás hacia el final. Descubrió entonces que la esencia del
amor en pareja se halla en una caricia suave de una mano contra la otra, en un
momento quizás desafinado pero a tiempo para salvarse de la caída; en el beso
firme contra la mejilla que da las buenas noches tras, quizás, unos no muy buenos
días; en las palabras que se gritan calladas para dar consuelo cuando parece
que la oscuridad todo lo arrasa; en las conversaciones que desnudan sin miedos la
verdad del alma; en las sonrisas que estallan carcajadas dándole latir al
corazón de vida. Eso fue lo que pudo entender él al ver cientos de enamorados
compartiéndose por todo lo alto en la ciudad más romántica conocida.
Pero
siempre hay una pieza que al parecer no encaja. Toda la teoría construida sobre
los cimientos de su pensamiento para estar en paz con su alma y su búsqueda del
amor, perdían consistencia en la práctica al hallarse SOLO en las orillas del
Río Seine con vistas a la Tour Eiffel. Alzó la mirada hacia el horizonte y un
puente deslumbrante le dio la respuesta a todas las preguntas inquietantes.
Miles de candados encadenaban amores equivocados y él pudo adivinar en ese
instante lo primordialmente importante. Tras unos días de visita por París, a
su aire, conociendo y descubriéndose, sacó un candado y con las siguientes
palabras, se encadenó a una promesa:
"Es verdad que
a París se va uno a enamorarse o a disfrutar ya del amor, porque la ciudad con
su belleza se ofrece para ello. Pero he venido sólo y no he hablado con ningún
chico. He pasado los días en soledad, caminando por la ciudad y haciendo lo que
quería hacer sin más, y al final me he conocido un poco mejor. Me ha dado
tiempo para conocer París, para apreciarme como ser, me he enamorado de la
ciudad, y al mismo tiempo, me he enamorado de mí mismo también. He
experimentado un diferente tipo de amor del que usualmente se habla que se vive
en París. Por eso encadeno este sentir a un candado en el que vibra mi latir y
hago la promesa de valorar mi amor lo suficiente como para que si alguien no lo
valora, entonces no lo merece."
Y
tras ello tiró las llaves al río, que con su corriente se fueron bien lejos de
aquella promesa, haciéndola firme y estable, como todo lo que se quiere, en
principio, con la intención de que así fuera para siempre. Convencido y en paz consigo mismo, suspiró profundo,
como dejando escapar en su aire la certeza de que el amor por sí solo ya vale,
y cuando llegue alguien con quien compartirlo, entonces será porque tenía que
llegar.
Fotografías tomadas del 11-15 de Mayo en París.