Hay distancias que
separan continentes, ciudades, culturas, olores, sabores, incluso bienes. Pero hay otras,
más dolorosas, que separan corazones. Así fue como llegó el principio de la
despedida de la historia que tuvimos.
Despierto con las
sábanas empapadas, impregnadas sobre mi cuerpo, y el olor de la primavera
entrando tímidamente por la ventana apenas abierta. He vuelto a tener el mismo
sueño en el que él regresa pidiendo perdón por los bailes en que no estuvo
presente. Pero al despertar se desvanece. El sabor de mi boca denota el festín
de la noche pasada; lo que ahora sólo queda es una pequeña resaca. Nadie a mi
lado derecho. Una ausencia que nunca falla desde hace ya un tiempo. A veces ni
siquiera me doy cuenta, tan sólo añoro su presencia desnuda al abrir y cerrar
los ojos, y mira que fue breve. He vivido alimentándome del rastro que dejó su
amor sobre mis sentidos, pero su ausencia me ausenta ya demasiado.
Despierto y le veo, en
el país de la lengua romántica, amaneciendo esta vez al lado de un nuevo cuerpo,
errante, que no es el mío; de hecho, tan sólo fuimos en un amanecer de Junio, tras una noche de verano. Bailamos.
Bailé con él y sentí, como nunca antes, como nunca después, el peso de un alma
colmando mi cuerpo: el de la suya conmigo. Jamás lo he olvidado, tampoco así lo
he querido.
Pero allí está él ahora,
en un balcón con vistas a la ciudad santa y el sol acariciando levemente su
cuerpo, y a su lado, otro él, un
desconocido él para mí, ese que le hizo
olvidarse que un día fuimos queriendo.
Un desayuno continental luce sobre las sábanas alborotadas por no sé qué guerra
habrán tenido con reconciliación incluída en la noche anterior. Entonces, se colma mi
vaso de amargura y dolor, y grito basta
en mis adentros. Las lágrimas se amontonan en mi mirada entristecida y después
de mucho tiempo, llega el adiós no-deseado.
Cómo terminar con algo
que apenas nace ya va encaminado directo a la caída, a quedar relegado al
olvido y ser simplemente el recuerdo de un bello cruce de caminos de dos
hombres ansiosos de verdad colmando en sus manos amarradas; cómo cerrar el
capítulo de aquello que empezó una noche de verano, a pesar de que aún recuerdo
como al verle suspiraban mariposas hambrientas en mi estómago por sobrevolar
mares y océanos de su mano. Aleteaban alocadas sus estrenadas alas creyendo
haber encontrado suspiro en su mirada, pero se marchó lejos, a la tierra de las
personas libres. Se fueron de mí con él las ganas de amor verdadero y poco a
poco me marchite con la llegada del otoño a la ciudad de los rascacielos.
Envenenados de silencio, perdiendo fuelle en el intento, acabaron por caer
todos los cimientos que en nuestro inolvidable encuentro creamos. Aterrizó
entonces, él, en un Londres cubierto de nubes negras pidiéndome auxilio por
tratar de hallar una vida nueva en la que no alcanzaba a dibujarse compartiendo
piso y cama; ni siquiera ya se imaginaba a menudo conmigo. Aquel reloj dichoso
coronando la ciudad, dictaba el paso amargo del tiempo sin él en mis días en la
ciudad que nunca duerme. Llegó el invierno a mi vida.
Y me repito: cómo
terminar con una historia que se resiste a marcharse de mi piel, que ha estado
aguantando en la distancia de los mares, en el calor de un verano agitado y
deseoso por encontrarle, en la difuminada sombra que la caída de las hojas
secas dejaron vislumbrar en mis pensamientos ansiosos de su cuerpo, en el frío
polar de una estación gélida agotada de no tener palabras suyas. Cómo decir
adiós, y pretender que vaya bien si hay un grito atroz en el eco de mi dolor
que suena para siempre. Me consuela
pensar que, de todos es sabido, con el paso del tiempo nada dura eternamente,
ni siquiera un adiós atragantado en el tiempo. Espero que este tampoco, pero recojo anclas e izo las
velas levemente porque me asfixio sin aire. No resiste más mi cuerpo, aunque mi
corazón le guarde en su interior como quien custodia el tesoro más preciado del
mundo. No secan mis lágrimas cada vez que le veo en la distancia recorriendo cada
rincón de la tierra. No puedo verle amarrado a otra mano porque me duele pensarle
en otros labios saboreando su esencia, en otros brazos abrazando su planeta, en
otra alma sobre su cuerpo... Si ya no tiene consistencia en mi presente, a
pesar de que así yo lo quisiera, toca dejarle marchar.
Fue bello, encontrarnos
y sentirnos, saber que estamos vivos y coincidir en el punto exacto, en el
momento concreto, en la misma tierra. Fue bello, en pasado, aquello que
vivimos. Fuiste tú bello conmigo. Y estoy seguro de que lo seguirás siendo con
otras camas, en otros cuerpos, con toda tu alma, en este mismo universo.
Fotografías tomadas en la ciudad de Roma el 14 de Julio de 2012, y en San Sebastián de los Reyes el 12 de Abril de 2013.
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