Nos
sorprendimos con el devenir de los días, concediéndonos una segunda oportunidad:
esta vez, convertida en complicidad compartida auguradora de tan sólo buenos
ratos. Atrás quedarían los días en que sentimos que fuimos algo más que amigos,
pero siempre sin olvidarlos. Y por delante se presentaba un futuro algo
incierto, pero limpio y puro, claro. Ondeamos la bandera blanca en ambos bandos
un tiempo atrás no muy lejano. Olvidamos la guerra y cualquier tipo de
enfrentamiento que nos hiciera más daño. Nos dedicamos, por caminos separados,
a continuar con nuestras vidas y sin pretenderlo el destino nos arropó de nuevo
en sus brazos. Reinventamos un nuevo tipo de relación personal entre nosotros:
una basada en el cariño, pero no en cualquiera, sino en ese cariño que le
tienes a una persona a la que le confiabas tú corazón y que, por razones
desconocidas y ajenas, el tiempo truncó.
Todo
aquel tiempo ausentes, solos, en compañía de otros, fue crucial para entender
la importancia que tuvo aquel cruce de caminos. A partir de entonces, las
palabras externas necesitaban más fuerza para ser creídas, las miradas desconocidas
necesitaban ser fieles cómplices de una bondad construida, y el sexo fugaz requería
de algo más que carne pura y viva, más que de atracción física y brutal.
Quedaron bien impregnados a nuestra historia los besos y los abrazos y eso se hizo
de notar. Tan bien se cimentaron los momentos que vivimos en el recuerdo que
después de aquello, he de confesar, te nombré en innumerables ocasiones. Te
confundí en el verde de las plantas y en el azul de los mares, te busqué de
manera incesante entre las estrellas y me ahogué llorándote. Te dediqué mi
absolución. Me brindaste tu sonrisa a modo de perdón. Y no hizo falta más.
Aún
a veces todavía me pregunto qué sería de nosotros si no nos hubiéramos
encontrado nunca de una u otra manera; quién habría venido a mantener viva la
ilusión de que un día, quizás, apareciera alguien que despertara de nuevo mi corazón. De
no ser tú, no me gusta imaginar cómo podría haber sido. Y hay veces, también,
que imagino, tan sólo por imaginar, los días no vividos entre los dos. Aquellos
mismos días que se nos quedaron anclados en el intento, que nunca llegaron a
ser lo que fuimos nosotros sin ellos. Fuimos algo más que amigos. Y ahora, después de tantas tormentas, de días de incesante niebla, de frío que cala en los huesos y de
dudas que atraviesan los sesos, y tras nuevos despertares de emociones, de calores y sabores, de
personas con nuevos nombres, yo te doy gracias por hacer
de tu presencia una verdadera luz en mi camino, por hacer resultar la ecuación
perfecta de que al parecer los antiguos amantes -verde y azul.- algo se complementan.
Fotografías tomadas desde Manhattan Bridge la tarde del 20 de Octubre de 2012.
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