Tus palabras me han herido. No
palpita el corazón. Me sangra la inocencia, y tanto duele que siento dentro una
daga deshaciéndome el amor. Cierro mi ventana y bajo las persianas para no dejar
entrar luz alguna entre tu ausencia y mi dolor. Me abandono al paso silencioso del
tiempo que escucha mis llantos ahogados en ilusiones rasgadas. Retumba el adiós.
Siento como si me hubieras disparado por dentro, a bocajarro, con todas las de
tu piel. Siento como si me hubiera perdido en el intento por creer que podrías quererme bien. Pensé que podríamos serlo todo, sin ni siquiera tener nada. Y ahora, que se
agolpan los recuerdos en mi mente cuando paseo por aquel Madrid inexistente,
siento ansiedad en mis lágrimas desesperadas.
Para ser exactos nos conocimos
en el momento preciso: yo buscaba aire y tú unos pulmones en los que respirar.
Suspiré y te dejaste llevar. Sentimos diferente al resto de la gente cuando
nuestra piel se erizó tan fuerte, haciendo el amor, que nada importaron las
pocas horas en nuestro reloj. El miedo se instaló en las entrañas de nuestras
inmensas ganas por darle la vuelta al destino y decirle al mundo que las
distancias no son más que puro recorrido. Tus palabras viajaron desde miles de
kilómetros y entraron por mis ojos, movieron mi esencia, deslumbraron belleza,
cuidaron de mi color rojo, y yo caí rendido por completo al amor de alguien de más allá del océano. Me hiciste sentir como si fuera el sol que calentaba tus
latidos, a pesar de ser un completo desconocido. Llegué a pensar, que a pesar
de las fronteras, lucharíamos contra viento y marea, y aunque siempre fueras guerra
contra tu soledad, egoísta y bipolar, mantuve la esperanza de que te dejaras
conquistar por mi bandera.
Pero ahora ya no encuentro la magia
que mantenía a mi alma despierta. Vago del sofá a la cama buscando el resquicio
de tus besos en mis cicatrices abiertas, del sabor de tu cuerpo maduro sorbiendo mi
más pura esencia de hombre desnudo. Recuerdo tu sonrisa y tu mirada como si de
lo más bello del planeta se trataran. Podría haber muerto aquella noche, en
aquella cama, abandonando feliz la vida en esta tierra. Pero no lo hice, no lo
hicimos. Te observé a escondidas en la oscuridad de una noche de verano de
brisa mientras dormías, y tú, más tarde, hiciste lo mismo. Contemplamos quizás
el secreto encubierto del amor entre dos almas del mismo sexo, y dejamos que se
nos desvaneciera de nuestras manos, suave y lento, sin preocuparnos de perderlo, convencidos de que en cualquier momento de nuestras vidas volveríamos a vernos, y lo podríamos recuperar ahora que ya lo habíamos descubierto.
Por eso esto no es un adiós, a
pesar de tu ausencia, de tu despedida, a pesar del daño que podrías hacerle
a mi corazón si, de nuevo, volvieras algún día. Será por siempre un hasta
pronto que viajará con el viento, buscándote en otras pieles, en otros cuerpos,
tratando de hallar desesperadamente aquello que vivimos sinceros; despojados de
ataduras, de dudas, desnudos de miedos. Completos desconocidos con ganas de ser
eternos, el uno para el otro. Eso fuimos, aún lo recuerdo.
Hasta pronto. Se dice hasta
pronto, porque fue bello. Fuiste bello, tú... y sentir el peso de tu alma sobre
mi cuerpo.
Fotografías tomadas la noche del 7 de Enero de 2013 en San Sebastián de los Reyes, Madrid.
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