Llegó una vez más,
atropellando el calendario, el día que lo cierra. Da paso a un ritual preciso y
exacto, correcto en mis actos. Mi piel eriza la cuenta atrás que, ansiosa,
espera: nervios a flor de piel que despiertan con petardos, balance de lo bueno
y malo, nostalgia vestida con pajarita, ruido que al silencio grita, música que
baila en nuestros corazones, abrazos que calman razones, sonrisas que brillan
como el sol de día, risas que llenan como la luna en la noche, comida que nos
sale por las orejas y champagne permitido para cualquiera. Brindemos.
La televisión acompaña
los últimos compases que los relojes apuran en agotar y vamos allá, camino de los
minutos que nos quedan. ¡Qué alegría tan fuerte! Sentir que soy parte de ellos,
que miro de derecha a izquierda y ahí les tengo. Qué belleza desprenden con sus
miradas, cómo me hacen bailar con sus sonrisas, como me acurrucan en sus almas...
Diez minutos faltan para que la bola caiga. Diez minutos tengo para declararme
sincero.
Si volviera a nacer, si
empezara de nuevo, volvería a buscaros en mi nave del tiempo porque no hay nada
que se compare a la fuerza que a vuestro lado siento. Me fui para volar lejos,
me fui para vivir un sueño, para valorar lo que tengo, para echaros de menos y
en la distancia me vi vivo y sonriente, fuerte y bien valiente. Cada célula de
mi organismo vibraba como dando las gracias por haber, con vosotros, crecido.
Nunca lo olvido, nunca lo oculto: me siento el ser más afortunado del mundo.
Vuestras caras me acompañan cuando me
mezclo en otras culturas, cuando me encuentro nadando en otras aguas. La
ausencia de los que ya no están me recuerda que la vida es dura, pero eso me
asegura que mi constante inocencia no tenga duda alguna para vivir al máximo
cada minuto en esta Tierra. Ojalá que la luz nunca nos abandone en la
oscuridad, que la risa sea el arma más poderosa para amar. Vistamos los minutos
aburridos de rutina con charlas de constante e incesante vida. Caminemos de la
mano, cerca o lejos, pellizcando nuestros sueños como si en menos de un suspiro
los pudiéramos alcanzar. Tiritemos con la nieve que, fría, nos caliente la
ilusión, y bailemos bajo la lluvia depurando el corazón. No tiremos nunca la
toalla y recojamos los rastros de sangre, que derramada injustamente, nos haga
volver en sí para entender que siempre sale cara, que siempre la sonrisa gana,
que la vida siempre continúa a pesar de las pérdidas en la batalla.
Miraros. Vuestras
sonrisas lo iluminan todo. Sois la luz que nunca deja a oscuras mi camino. Las
lágrimas bajan por vuestras mejillas y yo suspiro. Suspiro y hago un último
chequeo:
Hay una mujer de pelo
blanco y arrugas que me hablan de un tiempo pasado, de mis raíces y enseñanzas.
Palpita su corazón y yo lo noto, lo noto en sus desgastados ojos que ahora lo
ven todo más claro. Amor que ríe al cariño y nunca pierde la esperanza. Amor
que sólo ella tiene para dar; nunca pide nada a cambio. Y riega, como nadie
podría, este inmenso árbol. Soy Arce de nacimiento y en mi piel lo siento. Cuando
miro a esos dos ángeles que nos llenan la vida de risa, que nos salvan a menudo
de la caída, que me recordaron el sentido de la vida. Soy Arce cuando miro a mi
madre y sus principios son la base de mis sueños, cuando la ausencia de mi
padre se hizo fuerza en mi latir. Lo soy también cuando aprendí que querer a
mis hermanos es lo más natural y justo, cuando cuento primos con los dedos y se
me llenan los bolsillos de motivos pa' quererlos. Soy Arce cuando mis tías le
hacen cosquillas a la tristeza de algunos días, cuando mis tíos demuestran
entereza a pesar de las barreras. Soy ese indestructible Arce cuando pienso en
los que ya no están y se me encoje el alma, respiro y entonces se me agranda.
Ellos lo fueron todo, ellos son de algún modo, el motivo para nunca abandonar.
Pero soy Arce, completo e inmortal, cuando me lleno de sueños para volar esta
vez más lejos, pera más cerca de mi hogar, cuando miro hacia el futuro y sólo
veo familia en cada paso abismal, cuando me siento diferente al resto de la
gente y sonrío sin temor a enamorar, cuando un pequeño bache es sólo un motivo
más para continuar. Seguiré siendo Arce por el resto de mis días. Y que este
nuevo año nos dibuje nuevas sonrisas.
Fotografías tomadas en la Nochevieja de 2012.
Gracias a mi familia por ser el Arce con las raíces más fuertes y bonitas.
Gracias a los que no son Arce, pero también son familia, por regar este árbol.
Feliz año nuevo a todos y a todas.
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