Sé
que no soy el ombligo del mundo en el que mirarse, que hay tierra más allá del
límite que hace frontera con mi piel y la realidad tan cruda que a veces
vivimos. Sé que mi risa no apaga el fuego, ni siquiera tapona cañones de guerra
ni acaba con la pobreza, pero vuelve a romperme mis entrañas creyéndome humano
e inocente, dándome fuerza. Sé también, por experiencia que mis sueños no son una hipoteca
segura en la que asentar mi futuro, pero es que no me importa, porque por fin
vuelvo a soñar de nuevo. Perdón, me he dicho ya una y mil veces cada vez que en
mi mirada atardece y entiendo lo bello de vivir, de nuevo, con la luz y la
oscuridad que todo encadena. Perdón, por haberme perdido, por haberme dejado caer el suelo y
chupar asfalto, por haberme visto derrotado en el lavabo, por haber consumido
este cuerpo robándole gramos, arrebatándome oxígeno. Por tantas lágrimas
derramadas... y por las que no han salido, porque he llorado más por dentro que
por fuera, permitiéndole a la muerte arrancarme la vida. Lo siento. Sé que ya no debo culparme más. Quedo liberado, porque
ya lo he entendido: estoy vivo. Estoy, y eso significa tanto. Tanto que ahora
respiro y creo que amanezco cada día frente al mar. Lleno de aire mis pulmones
y observo el cielo. Escucho los pájaros cantar y leo, en mitad de la nada,
mientras todo lo demás hace ruido. Yo sólo necesito de un susurro, y estoy en
ello, afinando mis oídos, para que sea perceptible a mis sentidos. Late mi
corazón y no pienso en nada. Tan sólo siento paz. Y fuerza inmensa para los
ojos del desierto que quieren ver estrellas. Vida y luz, para todos los que me
rodean. Amor, también incluído. GRACIAS, es lo mínimo.
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