Dicen
que todo pasa por algo, y yo me presto de lleno al destino, a que lleve mis
pies allá donde sea necesario, que ya se dibujará el camino.
Como
un chiquillo que estrena zapatillas nuevas, reteniendo la emoción como en un
frasco de cristal a punto de estallar, cuidadoso, poniendo en cada paso lo
mejor de sí, así me latía el corazón en mitad de aquel hall. Allí seguía el mismo
reloj que hace años me daba los buenos días, sin prisas. Giré sobre mí mismo embelesado
mirando hacia arriba. La luz entraba sin contención alguna por los ventanales
que hacían de techo, y las paredes vestían bonitos vestidos de cosas aprendidas
por ellos. Niños. Niños que empezaban a salir corriendo escaleras abajo, con la
merienda agarrada como el mejor de los tesoros; no es para menos: sus padres y
madres las habrían preparado esa misma mañana con mucho cariño, y es que hay
cosas, pequeños detalles del día a día, que no tienen precio. Niños altos y
bajos, gorditos y flacos, rubios, morenos, y despistados. Pero todos engalanados
de esa cándida inocencia que mágicamente vive en nuestros cuerpos cuando el
mundo serio queda lejos. ¡Qué ojos tan vivos!. Quizá por eso volví ahí, donde
años atrás me descubrí feliz, entre pinturas de colores y libros, entre ábacos y
diccionarios, entre plantas y murales; por eso: para no dejar de hacerles
llegar la mayor verdad en la que firmemente creo: que la vida puede ser
maravillosa, y que nunca dejen que la miseria y la ausencia de principios de la
que se envenena este mundo, les aleje de latir con cada brisa que acaricie su
sonrisa; que hagan más ruido que los que hacen ruido oscuro y pocas nueces,
porque no hay ninguna teoría científica que relacione al crecimiento con la
seriedad y el adiestramiento de cerebros. Que no les engañen. Que cada uno viva
su vida, dispuesto a aprender de todo, a captar toda la luz que puedan para
cuando hay que sobrevivir en la oscuridad. Eso es lo que quiero.
Bendito
destino, que me llevó aquella mañana de Abril, de nuevo, a pisar con mis pies
el lugar en el que crecieron como gigantes mis metas más personales. Ahora
respiro, dispuesto a andar camino, convencido como nunca de este ser que me
contiene dándome plena libertad de vida para no cesar en mi búsqueda de luz continua.
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