Cuando la ciudad
aprieta y el aire asfixia, cuando las ganas de vivir al máximo se difuminan,
cuando el sol penetra débil en nuestras entrañas, cuando el dibujo que tienes
de la vida se asemeja a una gran telaraña, lo único que queda es escapar. Huir del
humo que emanan los tubos de escape de esos coches amarillos, para coger aire puro y limpio y reconstruirse una vez más. Olvidar todo aquello que un día nos mantuvo
unidos y volverlo de nuevo a crear. Escapar de un reloj que nunca llevo a
cuestas por miedo a naufragar en la ansiedad del paso del tiempo
perdido. Pelear continuamente con la rutina que lucha con nuestra mente, frente
a frente, queriendo instalarse en nosotros para siempre. Caminar, no importa
cuán rápido o despacio se haga, pero no quedarse parado, ni siquiera a la
espera en la estación de un tren que quizás se haya quedado estancado. Vivir
libremente sin la atadura de que quizás haya alguien mirando. Mirar hacia
adelante cuando el pasado nos quiera arrastrar. Disfrutar de las cosas más simples
y bellas. Y respirar...
Fotografías tomadas los días 2 y 15 de Septiembre en Central Park, New York.
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