Nubes de color de rosa atardecen
mi ternura y yo me siento profundamente humano. Aún arrastro los resquicios de
la pereza anidada en mis pasos pero ya no me ausento cuando estoy descalzo.
Ahora puedo saltar en los charcos, puedo mojarme el corazón como antaño. Paseo
por la vida que tanto me ha dado y no escatimo en sueños; soy un niño relleno
de adulto con la inocencia cuidada a descaro. Hay un sol brillante colándose
entre los matorrales que busca anidarme en sus rayos y guiarme siempre hacia la
luz. Y aunque oscurezca más que de costumbre últimamente, aguanto porque estoy
vivo, y tengo palabras para volar. Despego sin combustible pero floto como un
pájaro en el aire: soy libre en mis decisiones. Me descalzo y tras ello me
desnudo; me muestro natural al mundo. Busco la esencia de mi alma y me
encuentro vagando profundo en una noche de niebla calmada. Respiro lo gélido
del ambiente y me acurruco. Abrazo a mi almohada y le susurro, en una tenue voz baja, que todo saldrá bien mañana.
Fotografías tomadas en dos atardeceres de Febrero de 2013 desde mi habitación en San Sebastián de los Reyes.
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