Las noches parecen
ahora más largas que hace tiempo. Los minutos pasan sin compasión por mis dedos,
diluyéndose lentamente como si fuera a perderme en ellos. Todo tiene una enorme
consistencia en mi entereza y el frío cala ya de los pies a la cabeza. La
primavera que nunca llega.
Va para largo este
invierno que me trajo de vuelta al hogar, y en mi habitación me veo perdido
buscando de nuevo el principio de las cuestiones más amargas. Malditas
musarañas. Entre sábanas gélidas y recuerdos de una vida pasada gasto las
tardes buscando respuestas calladas. A veces me desvío y desvarío. Entre tanto
desatino quisiera que tú me alumbraras. Estás en mis suspiros pero te ausentas
en la respiración que acompaña. Me enredo en mi propia tela de araña.
De repente se desprende
una bella flor posándose en mis pestañas y suena una hermosa melodía encallada
en los tímidos pálpitos de mi corazón. Cierro los ojos para flotar en la noche,
antes justo de dormir. Brotan los almendros de nuevo dándole color al cielo que
todavía busca consuelo en mis ausentes ganas por verme sin ti.
Primavera, que a la
vuelta de la esquina espera, vuelve con ese aire de amor que dejaste en el
olvido. Altera el pálpito de mi sangre y dale un vuelco a sus latidos. Haz que
lluevan cantaros de margaritas prefabricadas sobre sus manos y cólmale con sólo
cosas buenas. Trátale como a un buen chico y cuídale como tú sabes. Yo volveré
para con él reencontrarme en el sendero, para ponernos al día de cómo nos fuimos
alejando y perdonar cuánto perdimos por miedo. Y dile, con ese aire suave que
sólo tú posees, que le esperaré hasta que la muerte me lleve hasta Marte.
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