A veces pienso que
hay un público expectante por volver a leerme, por encontrarme en mis letras
viviendo y muriendo, sufriendo y ganando, y pensando y pensando y pensando...
Eso me puede tantas veces. A veces huyo de mí mismo para hallarme con otros
porque no me soporto, o quizás porque tengo miedo de escucharme demasiado y
pensar que pensando al final me quedaré cuerdo en lugar de loco, y entonces ya
está, estaré perdido como el resto; seré lo que nunca he querido para mí, ni
para nadie, seré un ser vivo sólo por el hecho de tener latidos en mi corazón.
La vida es más que eso; de sobra es más que eso. Es pasión, es angustia, es
lucha, y es ilusión (por favor, que haya mucha). A veces ya no sé en qué
consumo el tiempo del reloj que nunca condeno a mi muñeca, ni en qué lugar
pierdo el hilo de las agujas de cada segundo que dejo atrás. A veces miro a los
demás con condescendencia por no apreciar cada leve pestañeo que acaricia en
sus ojos el aire, o por no buscarle más belleza a lo simple, pero al rato me
lleno de contradicciones por seguir pensando y dándole vueltas en lugar de sólo
ser simple y bello. Qué complejo. A veces cierro los ojos, y siempre tengo
miedo de no volver a abrirlos, porque aunque a veces esté perdido, aunque a
veces no encuentre armonía, aunque a veces el simple latido de mi corazón no
sea suficiente para recordarme que estoy vivo, nada de eso significa que no
quiera volver a intentarlo. Volver a darle algo menos de vueltas a las cosas
para que su belleza caiga por sí sola; volver a respirar fuerte, llorar y al
rato estallar en un carcajada la esperanza de que otra vez el sol brillará
después del invierno; volver a quedarme a vivir en la respiración de otro ser
vivo que llene con su luz mi bombilla, la que a veces creo fundida; por
volver... he vuelto a escribir de nuevo, y sé que nunca dejaré de hacerlo. Por
volver, he vuelto a llorar y lo llevo haciendo meses, porque sé que después volveré
a reír, y así recordarme que esta es mi manera de ser, mi manera de sentir, que
la vida es tan sólo un suspiro y yo quiero que en ese breve instante se me
erice hasta el último de mis pelos.
miércoles, 19 de marzo de 2014
martes, 18 de marzo de 2014
DEJARSE, PARA SER FELICES.
Es
lo que ambos necesitaban: dejarse, para ser felices. Así de simple. Tan simple
que a simple vista no lo veían. Gastaron mucho tiempo dejando ronca su voz,
rompiendo sus cuerdas vocales tanto que desataron tempestades, enfrentando su
amor. Creyeron construir un palacio en el que unir sus vidas, pero acabaron
encarcelados en su propia rutina. Él respiraba el aire que exhalaba ella. Ella
miraba en los parpadeos que proporcionaba él. Pretendieron quererse y acabaron
entendiendo, a base de hostias sin propiciar, que aquello distaba mucho de
amar. Era locura sin fundamento. Costumbrismo, como solía yo pensar al verles.
En mis adentros rehuía de cualquier tipo de relación que se pareciera a la suya.
No era sano. Para mí lo que ellos tenían difería completamente de la idea que
tengo yo de compartirme con alguien. Total, que se dejaron. Después de
demasiadas peleas llegó la calma. El cielo se abrió para iluminar dos caminos
por descubrir: uno para ella y otro para él. Separados. Se acabaron los rayos y
los truenos. Vinieron los días buenos, los viajes de la mano de un alma nueva. Y
todo mereció la pena. Dichosa pena. Fueron titanes que luchaban por ver quién
tenía más fuerza. Ahora son sólo dos soldados heridos en la trinchera de una
guerra que nunca quisieron. Son, pero están en nuevas manos, unas que sanan
como por arte de magia, todas la cicatrices, a paso agigantado.
Por
eso, siempre hay esperanza...
viernes, 14 de marzo de 2014
LOS SILBIDOS TRAS EL NAUFRAGIO.
Suena un
silbido pecador en este mar de libros silenciosos, llenos de tantas palabras:
alguien ha dejado su móvil con sonido, y yo .. yo me despisto, y te recuerdo...
Andábamos jugando entre las sábanas amaneciendo el otoño. Domingos de lluvia errante que acababa siempre en el pollete de tu ventana, con el continuo caer de las gotas frías como una armoniosa banda sonora. Nosotros estábamos desnudos, dormidos, y despertábamos cuando nos lo pedía el cuerpo, y el sexo, en medio de la oscuridad propia de una habitación cerrada a cal y canto, que ausentaba al resto del mundo. Como dos niños inocentes con un chupa-chups en sus manos, pero con el miedo tras sus espaldas agachado esperando el despiste, así permanecíamos; queriendo jugar de nuevo, pero cautelosos en los actos. Tu risa me devolvía a la vida y me sacaba de mis casillas: aquellas en las que yo andaba anclado en mi mente con un par de dados en las manos, confiando demasiado en que el azar se ajustara, sopesando bien cada jugada y cada movimiento. Yo sólo buscaba el acierto, y ahora sé que erraba tanto buscando y buscando. Tu risa ya estaba presente, como lo estaba todo tu cuerpo desnudo y blanco. No hablaré de tus lunares, de cómo hacía carambola en ellos cada vez que me acechaba la casilla de cárcel para perder turno, porque allí, en ellos, me salvaba y no me sentía prisionero, era profundamente libre, sin culpa... Entonces sonaba un silbido: un mensaje en tú móvil que dictaba la realidad de que yo estaba allí, contigo. Abríamos los ojos y acto seguido la ventana, dejándole al frío pasar a nuestro cuarto de calor menguante.
Y eso es todo lo que un silbido me hace recordar, ahora que estamos lejos, tratando de encontrarle salvavidas a nuestra risa porque sabemos que es necesario. No hay tabla de madera a la deriva en este hundimiento que aguante el peso conjunto de los dos. No, por ahora. Hay dos distanciadas que flotan moviéndose lentamente, en direcciones opuestas. Así de caprichoso es el oleaje. Así que marchamos con él, dejándonos llevar. Seguiré flotando, afinando mis oídos para que me sorprenda de nuevo un nuevo silbido y así volver a recordarte, tan solo de buena manera, con lo bonito de habernos visto amanecer desnudos.
jueves, 13 de marzo de 2014
UNA TÍMIDA BANDERA BLANCA EN MI TRINCHERA
Me
hierve la sangre sobremanera y la rabia escala peldaños de dos en dos por esta
escalera de sinsentidos en el que ninguno encuentra la respuesta correcta; que si
yo subo, tú bajas y el otro coge el ascensor. Nos hemos perdido. Asumamos la
derrota sin pena ni gloria, pero admitámoslo: damos lástima. Ya no somos lo que
éramos y por más que miramos al prójimo, la culpa duerme en nuestro tejado
esperando con la mano bien abierta para hostiarnos en la cara al despertar.
Entonces, estallará la guerra, y se anidará a nuestro pasado arrebatándonos
cada instante en que suspiramos con el aire lleno de vida que exhalaba cada uno
de nosotros. Ya no habrá más vuelta atrás porque será, para entonces, demasiado
tarde. ¡Ay! Gloriosos días aquellos bebiendo nuestra juventud a tragos. ¡Qué
rabia ahora que queden tan lejos!. Me muerdo la lengua para no atragantarme con
palabras envenenadas, y de tanta impotencia masticada acabo tragando sangre que
amarga en esta batalla. Aprieto los músculos de mi mandíbula y estrello los
puños contra la almohada. Me vienen a la mente de forma intermitente preguntas
cobardes que aparecen ahora para hacer tambalear cada uno de nuestros
principios. ¿Qué sentido tuvo ser lo que fuimos, qué sentido tiene seguir
siendo en este presente, que para ser sinceros ya no nos está regalando nada?.
Reniego por ello y como acto de rebeldía de mis raíces atadas a ellos, de
tantos momentos buenos, de todo aquello que vivimos, que me dijiste, que te
dije... ¿qué nos dijimos? ¡Ay el viento, cómo se lleva todo con el paso del
tiempo!. Reniego porque pesan los desprecios, la desgana, la ausencia de
palabra, el desgaste de una juventud alimentada de rutina. Ni siquiera sé si
fui yo o fuiste tú, o fueron ellos. Ya ves, esto es mucho más complejo que lo
simple que sería querernos cuidar con un hombro donde llorar y una risa en la
que vivir ciertos momentos.
Me
pregunto cuánto tiempo hace que no encuentro consuelo en la palabra amistad,
así que voy directo al diccionario para que me salve de la caída.
amistad.
(Del lat. *amicĭtas,
-ātis, por amicitĭa, amistad).
1. f. Afecto
personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se
fortalece con el trato.
Por
suerte, encuentro en ello sabiduría y certeza, pero no, no hallo las razones necesarias con las que callar los ensordecedores silencios de un trato que apenas
diviso, a ratos. Y entonces sí, me rindo y dejo caer mis brazos; me puede la nostalgia y el paso del tiempo. Me
gana siempre la lágrima de un sentimiento. Lo siento, por todo aquello en lo
que pude fallar, pero más por todo aquello en lo que fallamos juntos, quizá sin pretenderlo.
Sé
de sobra que no será difícil encontrarse entre estas letras, pero esto no es una escopeta, no es un arma
cargada a conciencia, tan sólo es una tímida bandera blanca alzada en mi
trinchera.
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