Suena un
silbido pecador en este mar de libros silenciosos, llenos de tantas palabras:
alguien ha dejado su móvil con sonido, y yo .. yo me despisto, y te recuerdo...
Andábamos jugando entre las sábanas amaneciendo el otoño. Domingos de lluvia errante que acababa siempre en el pollete de tu ventana, con el continuo caer de las gotas frías como una armoniosa banda sonora. Nosotros estábamos desnudos, dormidos, y despertábamos cuando nos lo pedía el cuerpo, y el sexo, en medio de la oscuridad propia de una habitación cerrada a cal y canto, que ausentaba al resto del mundo. Como dos niños inocentes con un chupa-chups en sus manos, pero con el miedo tras sus espaldas agachado esperando el despiste, así permanecíamos; queriendo jugar de nuevo, pero cautelosos en los actos. Tu risa me devolvía a la vida y me sacaba de mis casillas: aquellas en las que yo andaba anclado en mi mente con un par de dados en las manos, confiando demasiado en que el azar se ajustara, sopesando bien cada jugada y cada movimiento. Yo sólo buscaba el acierto, y ahora sé que erraba tanto buscando y buscando. Tu risa ya estaba presente, como lo estaba todo tu cuerpo desnudo y blanco. No hablaré de tus lunares, de cómo hacía carambola en ellos cada vez que me acechaba la casilla de cárcel para perder turno, porque allí, en ellos, me salvaba y no me sentía prisionero, era profundamente libre, sin culpa... Entonces sonaba un silbido: un mensaje en tú móvil que dictaba la realidad de que yo estaba allí, contigo. Abríamos los ojos y acto seguido la ventana, dejándole al frío pasar a nuestro cuarto de calor menguante.
Y eso es todo lo que un silbido me hace recordar, ahora que estamos lejos, tratando de encontrarle salvavidas a nuestra risa porque sabemos que es necesario. No hay tabla de madera a la deriva en este hundimiento que aguante el peso conjunto de los dos. No, por ahora. Hay dos distanciadas que flotan moviéndose lentamente, en direcciones opuestas. Así de caprichoso es el oleaje. Así que marchamos con él, dejándonos llevar. Seguiré flotando, afinando mis oídos para que me sorprenda de nuevo un nuevo silbido y así volver a recordarte, tan solo de buena manera, con lo bonito de habernos visto amanecer desnudos.
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