lunes, 26 de agosto de 2013

A CUATRO OLAS DE DISTANCIA (VEINTE DE AGOSTO).


- Estaría preparado. Si este fuera mi último instante de vida, me refiero. Sería lo justo. - eso fue lo que me dijeron mis entrañas mientras contemplaba el océano. Tenían algo de razón.


Veinte de Agosto. Once y cincuenta y nueve de la noche. Me encierro en el baño y abro las puertas de la mampara de la ducha. Coloco mi mano derecha sobre el grifo y abro la llave, y dejo correr el agua para que alcance la temperatura deseada. La luz es tenue y cálida, adecuada. Me desnudo y voy directo al chorro de agua. Siento como cae cada gota por mi cuerpo, deslizándose suavemente, empezando por mi cabeza y resbalando hasta mis pies. Me viene a la mente un pensamiento; ese pensamiento que horas antes ha salido de mis adentros. No estoy ahora de acuerdo. No quisiera que mi vida hubiera acabado ahí porque siento que aún queda tanto por vivir, por eso ni siquiera quiero pensar más sobre ello. Supongo que simplemente era una exaltación del momento. Respiro y encuentro, en esa inhalación de aire, un vendaval de imágenes agolpándose sobre mi mirada. Inevitablemente sonrío.



Atardece el sol en una playa de Galicia poniéndose sobre mi piel dorada, diciendo hasta mañana. El océano Atlántico me seduce de forma desmesurada. A su vez, los últimos rayos de luz le lanzan un guiño a la luna, que llena, empieza a asomar. ¡Cuánta luz en sus miradas!. Sobre mis poros permanece el rastro del salitre que hace un rato mojaba mi cuerpo entero. Sumergido en esa agua fría, casi gélida por momentos, ignorando el dolor de huesos. Corría como un niño pequeño buscando atrapar las sombras. Inocente, ingenuo. Miro a mi alrededor. Quiero llorar, y no parar. Pero sonrío, no sé si tanto por fuera como por dentro. Me siento vivo. Paseo mis ojos en el horizonte y, el universo con uno de sus destellos, me deslumbra haciéndonos brillar, dejándome casi ciego: hay casi una veintena de delfines desfilando cerca de la orilla, a tan sólo cuatro olas de distancia. De repente el tiempo se para. El mundo está concentrado en aquella playa. Nada más existe. Mi familia: los presentes, los de sangre y los de corazón, y los que no están, presencian conmigo tal maravilla. Entonces me despojo de mis ropas y voy con mis pies, cada vez más rápido, pisando la arena suave, decidido a tocarles, hacia la orilla. Quiero bailar con ellos y deleitarme en su naturaleza. No sé si alguna vez me he sentido tan humano. A cuatro olas de distancia, casi puedo rozarlos. Desisto sin remordimientos. Les dejó continuar su camino, nadar libres. Les observo, y el sol me lanza un último bostezo. La luna ya está preparada. Irradia luz, una luz que no se apaga. Sospecho si es la luna o es el amor que siento hacia ellos. De vuelta a nuestro pequeño campamento de toallas les veo. No necesito nada más. Y no, no quisiera que ese momento durara para siempre. Pero sí quiero que nunca me olvide de esta tarde, de este atardecer para nada cobarde, de este anochecer radiante. Mis oídos despiertan, como si fuera lo único que faltara para desatar todos mis sentidos. Se cuela suavemente, pero imponente, la magia de una gaita gallega, como por arte de meiga, escondida tras los matorrales de una playa salvaje como esta. Acaricia mi risa. Y así nos espera la cena, montada por las mujeres de mi vida, sobre una jaima peculiar de toallas. Familia a mi alrededor y esos dos ángeles con sus miradas. Le ponemos nota al día pero el pequeño de todos no alcanza a hallar el número exacto en la escala, por lo que nos deleita con un sin fín de números acompasados. No hay prisa. Llegamos a casa.




Detengo el grifo que deja mi cuerpo desnudo, mojado. Se detienen los recuerdos aunque permanecen ya grabados en mi piel. Suspiro. Sonrío. Me siento vivo, inmenso, lleno de luz, feliz.



Fotografías tomadas el día 20 de Agosto de 2013 en la playa de Vilar, A coruña. 






















El corazón que ríe.


Tu vida es tu vida
no dejes que sea golpeada contra la húmeda sumisión
mantente alerta
hay salidas
hay una luz en algún lugar
puede que no sea mucha luz pero
vence a la oscuridad
mantente alerta
los dioses te ofrecerán oportunidades
conócelas
tómalas
no puedes vencer a la muerte pero
puedes vencer a la muerte en la vida, a veces
y mientras más a menudo aprendas a hacerlo
más luz habrá
tu vida es tu vida
conócela mientras la tengas
tú eres maravilloso
los dioses esperan para deleitarse
en ti.




Charles Bukowski











miércoles, 14 de agosto de 2013

ALGO DE VIDA Y MARIPOSAS.



Tranquilo, no tengas miedo. Alégrate por eso que corre por tu interior. Peca de inocente porque la realidad muchas veces peca de cruda y dura. Sigue así, déjalas que despierten de nuevo y se muevan a su gusto. Han estado mucho tiempo dormidas en tus tripas, quizás en coma o rozando la muerte, pero no lo hicieron. No murieron, parece que están aquí de nuevo. No se fueron porque aunque tú aparentemente ya dejaste de creer en ellas, lo cierto es que ellas nunca han dejado de darle latido a tu corazón.

Tus ojos te delatan. A veces parece que ya no caminas por la calle. Empiezas a levitar como queriendo consumir todo el aire para llevártelo a los pulmones y soltarlo en un suspiro. No lo niegues: tienes ganas. Se ve que quieres que te abrace un suspiro, uno que no sea tuyo, y que se pose en tus pestañas para cuidar de tu camino cada vez que parpadees. Empiezas a sospechar que estás preparado. Sientes como lo pides a gritos, en silencio, por dentro, como si ya te absolvieras del daño y del pecado, del pasado. Quedas liberado.

No hagas caso una vez más de los consejos que te alerten de ser humano y sentir. De verdad, siente. Y se siente si la gente no te entiende. Sé fuerte y vulnerable porque de eso trata la vida: la vida es una montaña rusa de idas y venidas, de personas y miradas, de sonrisas, de bajadas y subidas, de sentimientos que navegan por los corazones ansiosos de más vida. No puedo decirte qué pasará porque eso sólo lo sabe el tiempo. Pero disfruta, disfruta del camino. Despójate de los miedos y desnuda esas cicatrices que el amor dejó a su paso en tu piel de niño bueno. No las dejes que desaparezcan, están ahí para recordarte que quisiste querer y lo hiciste. Pero hay más piel sobre tu cuerpo que merece ser querida, hay más de ti para dar en nombre del amor.


Vamos, levanta ese cuerpo del suelo y despierta esas mariposas para nada cobardes. Abrázalas y deja que sus alas te envuelvan. Sueña y siente una bella melodía. Comparte y ondea tu mano al atardecer en tu auto. Viaja y pasea tus pies descalzos por la orilla. Sumérgete en el azul del mar para recordarte una vez más lo bien que se siente cuando se siente. Estás vivo.


Fotografías tomadas cerca de Patones de Abajo, Madrid, el 13 de Julio de 2013.