Como cada
mañana tras su desayuno, se dispuso a vestirse con lo primero que encontró por
el cuarto en una auténtica carrera de velocidad en la que llegar a la hora
exacta a la estación para no perder el tren era su meta. Aquella mañana le fue
tan bien que no tuvo que apurar hasta escuchar el sonido de las puertas del
metro cerrándose para entrar en el vagón. Digamos entonces, que para él aquel
hecho bien le mereció toda una medalla de oro, a pesar de que no fue el
primero, ya que estaba la estación repleta de gente esperando. Eso le hizo
sospechar que su tren estaría al caer. De hecho, tan sólo dos minutos después
allí estaba. Pero antes, en ese pequeño intervalo de espera en que decides si te sientas
o permaneces de pie levantado, se dedicó a hacer un breve chequeo de lo que le
rodeaba alrededor. Y entonces sí, llegó aquel aparato locomotor que cada mañana le
llevaba a la gran ciudad..
La multitud
que había estado esperando junto a él, no hizo más que rellenar huecos
vacíos que quedaban algo dispersos entre tanta gente ya situada en el vagón. Él
dudo por un instante si entrar en uno u otro vagón, y al final se decidió por el de
siempre, ese que más tarde le situaría al frente de la salida en la estación de
su destino.
Algunas veces nos dedicamos a pensar si cada acto que hacemos influye de una u otra manera en nuestros resultados. Por lo menos él normalmente lo hacía. Se preguntaba a menudo a sí mismo qué tipo de cambio se produciría o con quién se cruzaría, si ejecutaba una acción u otra, qué poder tenían las decisiones en su destino. Resulta a veces nefasto pero otras... resulta agradable y maravilloso.
El caso es que estaba en aquel tren y como de costumbre paseaba su mirada observando las demás miradas: vidas paralelas, a veces distantes y ajenas, y a menudo tan similares... Una niña con los pies colgando del asiento y los ojos bien abiertos, una pareja charlando en no sé qué idioma extranjero, una mirada cautivadora al instante en la cara de un hombre atractivo, un abu... Entonces, se detuvo y retrocedió en el recorrido. Notó insertándose en él esa especie de producto químico invisible e intangible que viaja de unas miradas a otras. La presión se apoderó de su cuerpo y la alarma sonó en sus adentros: esa mirada buscaba jugar. Tomó asiento una vez que en el trayecto las personas fueron abandonando el vagón y entonces se preparó para la acción. Mirada discreta primero. Tras ella una mirada perdida para engañar y parecer que no se está mirando nada. Una pequeña mirada juguetona... y entre tanto allí estaba: el brillo en los ojos de aquel hombre atractivo que jugaba al pilla pilla con su alma. No pronunciaron palabra pero continuaron así por un largo rato. El recorrido se hizo mucho más ameno y menos largo de esta manera. Llegó ese momento exacto en el que el tiempo se detiene algo más que de costumbre y entonces, ahí permanecieron: dejando danzar sus ojos al ritmo de sus silencios. Él ya empezaba a sospechar que aquel hombre atractivo le estaba mandando señales de humo, muy diferentes a las que por entonces inventaron los indios hace tantos años. Y reaccionó: se le escapó una tímida sonrisa que dio sentido a todo el escenario montado. Se iba acercando a su destino y se preguntaba si sucedería como en las películas: si el hombre atractivo de piel morena, de ojos castaños y limpios, se bajaría en su misma estación tan sólo para hacerle compañía y preguntarle cualquier estúpida pregunta, como por ejemplo si estaría libre esa tarde. Es por ello, que la mirada que cruzaron después lo dijo todo: hablaron más que nunca sus ojos sin emitir sonido alguno, sonrieron sus miradas y sus dientes hicieron lo propio.
Y fue tan bello sentirlo... Sentir, por un momento, que aquel hombre atractivo, de piel morena y barba de más de tres días, de ojos inmensamente brillantes y expresivos, de sonrisa vestida de inocencia con picardía, me estaba mirando... Detuve el juego lamentando que ya el tren me había llevado a mi parada y él no se bajaba conmigo. Pero se me llenó el aire del cuerpo de una sensación de risa, y disfruté una vez más con lo bello de la vida.
Fotografías tomadas en el barrio de Williamsburg la mañana del 15 de Noviembre de 2012.
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