lunes, 5 de noviembre de 2012

LA VIDA EN UN VAGÓN DE METRO.


Las lágrimas se deslizan por mis mejillas mientras el traqueteo de este vagón no cesa; llegan hasta perfilar mis labios y entonces nace esbozada la más pura de mis sonrisas. No es para menos: tengo el mundo ante mí encerrado en apenas unos metros cuadrados que viajan sobre unas vías de tren de algún tiempo lejano. Saco lápiz y papel mental y empiezo a imaginar...
Hay miedo en sus ojos por encontrar desafío en esos otros que le están mirando sin cesar. Hay amor en sus miradas acarameladas que comparten una eterna confianza. Hay una inmensa complicidad en sus sonrisas que escondidas, muestran un amor valiente en contra de la gente. Hay un abismo de suerte esperando en su piel curtida, por trabajar de noche y de día. Y en la nada, su mirada perdida, hace llenarme de todo y sentirme injustamente afortunado. Hay también, a su lado, una piel gastada que perdió su identidad en cualquier antro de mala muerte; ya ni su dignidad se sostiene y yo me pregunto quién le va a salvar una vez más de meterse. Hay un tornillo en el suelo, quizás suelto de alguna cabeza, que danza a la par que el tren avanza y me hace imaginar cuántas historias pasan sin que nos podamos percatar. Pero en tan sólo un instante mi corazón se detiene porque hay una bolsa extraña sin dueño que me trae tan malos recuerdos; se congela mi calma y empiezo a temblar. Y aparece entonces, de repente, entre tanta gente, la mirada de un niño moreno con ojos inmensos que me devuelve a la vida y me regala la más inocente de sus sonrisas.

¡Ay...! Hay un suspiro profundo y limpio, tranquilo y lleno de paz, que me hace recobrar el aliento. Sonrío y me bajo del tren, de vuelta a la realidad.


Imágenes tomadas a lo largo de los meses de Septiembre, Octubre y Noviembre de 2012 en el metro de la ciudad de Nueva York.










No hay comentarios:

Publicar un comentario