miércoles, 9 de abril de 2014

MASCLETÀ: IRAK, 1990.





Me hallo en plena plaza del ayuntamiento de la ciudad de Valencia. Es diecinueve de Marzo y mi reloj de muñeca marca la una y cincuenta minutos. Creo que llevo ya más de una hora de pie, guardando mi sitio religiosamente, preparado para el espectáculo. "Merecerá la pena", me digo a mí mismo convencido de lo que voy a presenciar, porque no es la primera ni será la última, aunque esta vez es diferente. Voy a despertar mis sentidos, todos menos uno. Ahora os explico. 

Ya va quedando menos, me dispongo a practicar. Cierro los ojos por un instante, breve pero muy intenso. Escucho mucho barullo, risas mezcladas con alguna que otra palabra enredada en los niveles de alcohol en sangre. Se afinan mis oídos para distinguir la cantidad diferente de voces que aterrizan en mi ser, mezcladas todas ellas con una interminable banda sonora de petardos. No es de extrañar, la plaza está a rebosar y como se suele decir no cabe un alfiler. Es algo propio de Fallas.

Vuelvo a abrir los ojos. Han sido treinta intensos segundos de ceguera física, de vista auditiva. Un nuevo descubrimiento para mí.

Dirijo mi mirada de nuevo hacia el reloj que me dicta que ya queda menos. La espera llega a su fin. Tres minutos más y darán las dos de la tarde. Me preparo mental y físicamente para todo el proceso: un trago de agua generoso de la botella que sabiamente he calzado en último instante al salir de casa para combatir este calor primaveral de finales de invierno, y unos cuantos parpadeos para ejercitar la visión y así luego apagar por un largo rato.

Cuenta atrás. Suena el primer petardo que da inicio al espectáculo. Vaya, algo extraño ocurre en mí. Abro los ojos rápidamente, y los vuelvo a cerrar para seguir con mi ejercicio. Hoy el propósito es diferente: quiero experimentar qué se siente al vivir una mascletà con los ojos cerrados. Empieza todo a temblar con el concierto de explosiones tan de Fallas, y siento de nuevo otro pinchazo, como hace un rato. Entonces un escalofrío recorre mi cuerpo entero, sin dejar un pelo a salvo. Imagino a la gente que está presenciando esto mismo que yo, pero por alguna extraña razón esta vez lo siento muy diferente. Completamente diferente. Vale, sí, mantengo los ojos cerrados como parte de este experimento, pero no, no es eso. Me refiero a que siento algo extraño en mí. A medida que avanza el despliegue de petardos y cohetes, mi corazón se encoge por segundos, contrayéndose hasta el punto de hacerme sentir pavor, miedo, angustia. Y aparece, en un instante, una película a cámara rápida de recuerdos, paseándose por mi mente. Me traslado lejos, muy lejos de aquí. La explosiones son reales. Hace tanto tiempo de aquello...

Yo a penas era un niño iraquí recién nacido, pero las bombas y la guerra no entienden de edades. Por no entender, no entienden de nada. Absolutamente de nada. Recuerdo que tendría tan sólo unos días de vida. Lo recuerdo aunque parezca imposible. Quizá lo propio habría sido no ser consciente de ninguna memoria de aquella época en que empezaba a latir, a descubrir el mundo a través de mis sentidos; o quizás lo normal sería decir que los primeros sonidos importantes en mi vida fueron las voces de mi familia haciendo carantoñas y diciendo esas palabras para bebés y poniendo esa voz tan peculiar. Pero no. La banda sonora de mis primeros días de vida está compuesta por las bombas que estallaron en el inicio de la guerra del Golfo, allá por el año 90. Era horrible. Se metía en los tímpanos, como queriendo reventar el sonido en el interior de nuestros cuerpos, llegando a cada célula del organismo, para así matarnos en silencio. Cobardes. Eso es lo que son aquellos que usan las armas. Soldados repletos de miedo, poniendo en sus bocas la sin razón lógica de sus gobiernos, mediando con balas en lugar de palabras. Se llevaron a mi madre ese mismo día, y no puedo perdonarlo...

Se me escapa inevitablemente una lágrima a pesar de que mis ojos siguen cerrados. La gente sigue a mi alrededor, y esta mascletà parece que está llegando a su fin. Por fin. Los petardos se hacen más continuos y estruendosos. Mi corazón se bate entre recuerdos intentando aguantar la embestida. Llegan los aplausos...

Abro los ojos. En pie se mantienen los edificios bajo un cielo azul deslumbrante. El sol se refleja en las miradas de todos los espectadores acalorados que abarrotan el lugar. Empieza a haber cierto movimiento, casi imperceptible pues nos conducimos unos a otros con el leve caminar de nuestros cuerpos. Pero yo decido quedarme a respirar por un momento ese olor a pólvora pacífica. Tan diferente. Y no, no se me olvida, que la guerra aún continúa, aunque yo ahora esté lejos y tenga 23 años de vida.









lunes, 7 de abril de 2014

ESTOY, Y ESO SIGNIFICA TANTO.



Sé que no soy el ombligo del mundo en el que mirarse, que hay tierra más allá del límite que hace frontera con mi piel y la realidad tan cruda que a veces vivimos. Sé que mi risa no apaga el fuego, ni siquiera tapona cañones de guerra ni acaba con la pobreza, pero vuelve a romperme mis entrañas creyéndome humano e inocente, dándome fuerza. Sé también, por experiencia que mis sueños no son una hipoteca segura en la que asentar mi futuro, pero es que no me importa, porque por fin vuelvo a soñar de nuevo. Perdón, me he dicho ya una y mil veces cada vez que en mi mirada atardece y entiendo lo bello de vivir, de nuevo, con la luz y la oscuridad que todo encadena. Perdón, por haberme perdido, por haberme dejado caer el suelo y chupar asfalto, por haberme visto derrotado en el lavabo, por haber consumido este cuerpo robándole gramos, arrebatándome oxígeno. Por tantas lágrimas derramadas... y por las que no han salido, porque he llorado más por dentro que por fuera, permitiéndole a la muerte arrancarme la vida. Lo siento. Sé que ya no debo culparme más. Quedo liberado, porque ya lo he entendido: estoy vivo. Estoy, y eso significa tanto. Tanto que ahora respiro y creo que amanezco cada día frente al mar. Lleno de aire mis pulmones y observo el cielo. Escucho los pájaros cantar y leo, en mitad de la nada, mientras todo lo demás hace ruido. Yo sólo necesito de un susurro, y estoy en ello, afinando mis oídos, para que sea perceptible a mis sentidos. Late mi corazón y no pienso en nada. Tan sólo siento paz. Y fuerza inmensa para los ojos del desierto que quieren ver estrellas. Vida y luz, para todos los que me rodean. Amor, también incluído. GRACIAS, es lo mínimo. 




jueves, 3 de abril de 2014

HOY, LA VIDA (UNA BRECHA ABIERTA QUE SE VA CERRANDO).


Hoy la vida me ha regalado sin quererlo un momento poderoso, de esos que detienen el tiempo y roban el aliento, haciéndonos palpitar a vida o muerte. "¿Por qué ha tenido que pasar?", me preguntaba el ángel personificado en el cuerpo de una niña de ocho años. El susto ha sido grande, la sangre es silenciosa pero aterradora. Una vez fuera, no hay quién la detenga en su propósito de sobrecogernos, de asustarnos, de escandalizarnos, de conmovernos. Es el líquido color pasión que mueve nuestra vida por dentro, y desnuda el vendaval de todos nuestros sentidos más primarios, naturales y humanos.

Hoy la vida me ha recordado unas cuantas lecciones de esas que a veces se olvidan, y otras tantas que aún no tenía por experimentadas y aprendidas. "Por cada minuto que estés de mala leche pierdes sesenta segundos de felicidad", eso ha resonado en mi cabeza después de la tormenta. "Lo siento", me he dicho a mí mismo, y acto seguido se lo he dicho en forma de abrazo a dos personas de luz que habitan en cuerpos de niño y niña. Antes de que todo estallara andaba cabreado, manteniendo el ceño fruncido, representando el papel correcto de alguien mayor, serio y educado, que ha de enseñar la buena moral a los pequeños seres que algún día serán adultos. "Tómate ese zumo que es bueno para ti, o no hablamos más", convencido al cien por cien de hacerle ver que el poder de las vitaminas... como si no fuera más importante hacerla sonreír mucho más... "Pídele perdón a tu hermana, o estás castigado"...

Se ha desatado la tormenta con el primer trueno en forma de relámpago. El golpe ha sido memorable. Y casi muero del susto, pero mi cuerpo ha reaccionado. Eso me lo enseñan ellos. Es el amor más verdadero. Querer curar y cuidar de otro ser humano poniendo tus manos sobre su herida para que actúe esa magia humana y todo pase, cuanto antes. Y mantener la calma en cada latir, y proyectar esperanza con la mirada para que quien se siente asustado y aturdido acuda a posarse en las pestañas, y encontrar algo de alivio. Oh, dios mío... qué bonito y sobrecogedor es saberse vulnerable ante la vida... saber que un instante puede cambiarlo todo...

Caminaba al rato con esa niña de mis ojos, amarrada a mi mano, para que sintiera la fuerza de un adulto que aún es niño, convencido de que no pasaba nada. "Se va a poner bien, te lo prometo", le he dicho con suma convicción para regalarle a su corazón tranquilidad ansiada, a sabiendas de estar dictando con mi voz algo que escapa de la razón. "Piensa cosas bonitas y piensa que quieres que se cure, que le quieres mucho, que eso le va a ayudar a ser más fuerte", le he dicho después para que siguiera respirando y calmando ese alma pura e inocente que inquiere sobre las cuestiones más amargas de la vida. Y ella me ha contestado con una voz algo temblorosa y rota, y unas lágrimas contenidas, "pero, ¿y si no lo hago?". No he podido evitar sonreír. "No pasa nada, él es fuerte y aunque tú no le mandes esa energía positiva, todo va a salir bien, ya verás".


Y no ha sido nada, una pequeña brecha que será cicatriz en el futuro, un futuro largo y bonito. Él es mi campeón metido en un cuerpo de niño, ahora de seis años, y yo... yo soy su padrino. Una pequeña brecha abierta que se va cerrando, que será una anécdota más escrita en el devenir de nuestros días. Casualmente, por la mañana, había fotografiado una pequeña brecha en el suelo que iba directa al cielo. Pero no, mi vida, que el cielo espere sentado.




martes, 1 de abril de 2014

DICEN QUE TODO PASA POR ALGO (MAÑANA DE ABRIL).

Dicen que todo pasa por algo, y yo me presto de lleno al destino, a que lleve mis pies allá donde sea necesario, que ya se dibujará el camino.

Como un chiquillo que estrena zapatillas nuevas, reteniendo la emoción como en un frasco de cristal a punto de estallar, cuidadoso, poniendo en cada paso lo mejor de sí, así me latía el corazón en mitad de aquel hall. Allí seguía el mismo reloj que hace años me daba los buenos días, sin prisas. Giré sobre mí mismo embelesado mirando hacia arriba. La luz entraba sin contención alguna por los ventanales que hacían de techo, y las paredes vestían bonitos vestidos de cosas aprendidas por ellos. Niños. Niños que empezaban a salir corriendo escaleras abajo, con la merienda agarrada como el mejor de los tesoros; no es para menos: sus padres y madres las habrían preparado esa misma mañana con mucho cariño, y es que hay cosas, pequeños detalles del día a día, que no tienen precio. Niños altos y bajos, gorditos y flacos, rubios, morenos, y despistados. Pero todos engalanados de esa cándida inocencia que mágicamente vive en nuestros cuerpos cuando el mundo serio queda lejos. ¡Qué ojos tan vivos!. Quizá por eso volví ahí, donde años atrás me descubrí feliz, entre pinturas de colores y libros, entre ábacos y diccionarios, entre plantas y murales; por eso: para no dejar de hacerles llegar la mayor verdad en la que firmemente creo: que la vida puede ser maravillosa, y que nunca dejen que la miseria y la ausencia de principios de la que se envenena este mundo, les aleje de latir con cada brisa que acaricie su sonrisa; que hagan más ruido que los que hacen ruido oscuro y pocas nueces, porque no hay ninguna teoría científica que relacione al crecimiento con la seriedad y el adiestramiento de cerebros. Que no les engañen. Que cada uno viva su vida, dispuesto a aprender de todo, a captar toda la luz que puedan para cuando hay que sobrevivir en la oscuridad. Eso es lo que quiero.

Bendito destino, que me llevó aquella mañana de Abril, de nuevo, a pisar con mis pies el lugar en el que crecieron como gigantes mis metas más personales. Ahora respiro, dispuesto a andar camino, convencido como nunca de este ser que me contiene dándome plena libertad de vida para no cesar en mi búsqueda de luz continua.




miércoles, 19 de marzo de 2014

POR VOLVER.



A veces pienso que hay un público expectante por volver a leerme, por encontrarme en mis letras viviendo y muriendo, sufriendo y ganando, y pensando y pensando y pensando... Eso me puede tantas veces. A veces huyo de mí mismo para hallarme con otros porque no me soporto, o quizás porque tengo miedo de escucharme demasiado y pensar que pensando al final me quedaré cuerdo en lugar de loco, y entonces ya está, estaré perdido como el resto; seré lo que nunca he querido para mí, ni para nadie, seré un ser vivo sólo por el hecho de tener latidos en mi corazón. La vida es más que eso; de sobra es más que eso. Es pasión, es angustia, es lucha, y es ilusión (por favor, que haya mucha). A veces ya no sé en qué consumo el tiempo del reloj que nunca condeno a mi muñeca, ni en qué lugar pierdo el hilo de las agujas de cada segundo que dejo atrás. A veces miro a los demás con condescendencia por no apreciar cada leve pestañeo que acaricia en sus ojos el aire, o por no buscarle más belleza a lo simple, pero al rato me lleno de contradicciones por seguir pensando y dándole vueltas en lugar de sólo ser simple y bello. Qué complejo. A veces cierro los ojos, y siempre tengo miedo de no volver a abrirlos, porque aunque a veces esté perdido, aunque a veces no encuentre armonía, aunque a veces el simple latido de mi corazón no sea suficiente para recordarme que estoy vivo, nada de eso significa que no quiera volver a intentarlo. Volver a darle algo menos de vueltas a las cosas para que su belleza caiga por sí sola; volver a respirar fuerte, llorar y al rato estallar en un carcajada la esperanza de que otra vez el sol brillará después del invierno; volver a quedarme a vivir en la respiración de otro ser vivo que llene con su luz mi bombilla, la que a veces creo fundida; por volver... he vuelto a escribir de nuevo, y sé que nunca dejaré de hacerlo. Por volver, he vuelto a llorar y lo llevo haciendo meses, porque sé que después volveré a reír, y así recordarme que esta es mi manera de ser, mi manera de sentir, que la vida es tan sólo un suspiro y yo quiero que en ese breve instante se me erice hasta el último de mis pelos. 





martes, 18 de marzo de 2014

DEJARSE, PARA SER FELICES.

Es lo que ambos necesitaban: dejarse, para ser felices. Así de simple. Tan simple que a simple vista no lo veían. Gastaron mucho tiempo dejando ronca su voz, rompiendo sus cuerdas vocales tanto que desataron tempestades, enfrentando su amor. Creyeron construir un palacio en el que unir sus vidas, pero acabaron encarcelados en su propia rutina. Él respiraba el aire que exhalaba ella. Ella miraba en los parpadeos que proporcionaba él. Pretendieron quererse y acabaron entendiendo, a base de hostias sin propiciar, que aquello distaba mucho de amar. Era locura sin fundamento. Costumbrismo, como solía yo pensar al verles. En mis adentros rehuía de cualquier tipo de relación que se pareciera a la suya. No era sano. Para mí lo que ellos tenían difería completamente de la idea que tengo yo de compartirme con alguien. Total, que se dejaron. Después de demasiadas peleas llegó la calma. El cielo se abrió para iluminar dos caminos por descubrir: uno para ella y otro para él. Separados. Se acabaron los rayos y los truenos. Vinieron los días buenos, los viajes de la mano de un alma nueva. Y todo mereció la pena. Dichosa pena. Fueron titanes que luchaban por ver quién tenía más fuerza. Ahora son sólo dos soldados heridos en la trinchera de una guerra que nunca quisieron. Son, pero están en nuevas manos, unas que sanan como por arte de magia, todas la cicatrices, a paso agigantado.   


Por eso, siempre hay esperanza...





















viernes, 14 de marzo de 2014

LOS SILBIDOS TRAS EL NAUFRAGIO.


Suena un silbido pecador en este mar de libros silenciosos, llenos de tantas palabras: alguien ha dejado su móvil con sonido, y yo .. yo me despisto, y te recuerdo...



Andábamos jugando entre las sábanas amaneciendo el otoño. Domingos de lluvia errante que acababa siempre en el pollete de tu ventana, con el continuo caer de las gotas frías como una armoniosa banda sonora. Nosotros estábamos desnudos, dormidos, y despertábamos cuando nos lo pedía el cuerpo, y el sexo, en medio de la oscuridad propia de una habitación cerrada a cal y canto, que ausentaba al resto del mundo. Como dos niños inocentes con un chupa-chups en sus manos, pero con el miedo tras sus espaldas agachado esperando el despiste, así permanecíamos; queriendo jugar de nuevo, pero cautelosos en los actos. Tu risa me devolvía a la vida y me sacaba de mis casillas: aquellas en las que yo andaba anclado en mi mente con un par de dados en las manos, confiando demasiado en que el azar se ajustara, sopesando bien cada jugada y cada movimiento. Yo sólo buscaba el acierto, y ahora sé que erraba tanto buscando y buscando. Tu risa ya estaba presente, como lo estaba todo tu cuerpo desnudo y blanco. No hablaré de tus lunares, de cómo hacía carambola en ellos cada vez que me acechaba la casilla de cárcel para perder turno, porque allí, en ellos, me salvaba y no me sentía prisionero, era profundamente libre, sin culpa... Entonces sonaba un silbido: un mensaje en tú móvil que dictaba la realidad de que yo estaba allí, contigo. Abríamos los ojos y acto seguido la ventana, dejándole al frío pasar a nuestro cuarto de calor menguante.




Y eso es todo lo que un silbido me hace recordar, ahora que estamos lejos, tratando de encontrarle salvavidas a nuestra risa porque sabemos que es necesario. No hay tabla de madera a la deriva en este hundimiento que aguante el peso conjunto de los dos. No, por ahora. Hay dos distanciadas que flotan moviéndose lentamente, en direcciones opuestas. Así de caprichoso es el oleaje. Así que marchamos con él, dejándonos llevar. Seguiré flotando, afinando mis oídos para que me sorprenda de nuevo un nuevo silbido y así volver a recordarte, tan solo de buena manera, con lo bonito de habernos visto amanecer desnudos.












jueves, 13 de marzo de 2014

UNA TÍMIDA BANDERA BLANCA EN MI TRINCHERA



Me hierve la sangre sobremanera y la rabia escala peldaños de dos en dos por esta escalera de sinsentidos en el que ninguno encuentra la respuesta correcta; que si yo subo, tú bajas y el otro coge el ascensor. Nos hemos perdido. Asumamos la derrota sin pena ni gloria, pero admitámoslo: damos lástima. Ya no somos lo que éramos y por más que miramos al prójimo, la culpa duerme en nuestro tejado esperando con la mano bien abierta para hostiarnos en la cara al despertar. Entonces, estallará la guerra, y se anidará a nuestro pasado arrebatándonos cada instante en que suspiramos con el aire lleno de vida que exhalaba cada uno de nosotros. Ya no habrá más vuelta atrás porque será, para entonces, demasiado tarde. ¡Ay! Gloriosos días aquellos bebiendo nuestra juventud a tragos. ¡Qué rabia ahora que queden tan lejos!. Me muerdo la lengua para no atragantarme con palabras envenenadas, y de tanta impotencia masticada acabo tragando sangre que amarga en esta batalla. Aprieto los músculos de mi mandíbula y estrello los puños contra la almohada. Me vienen a la mente de forma intermitente preguntas cobardes que aparecen ahora para hacer tambalear cada uno de nuestros principios. ¿Qué sentido tuvo ser lo que fuimos, qué sentido tiene seguir siendo en este presente, que para ser sinceros ya no nos está regalando nada?. Reniego por ello y como acto de rebeldía de mis raíces atadas a ellos, de tantos momentos buenos, de todo aquello que vivimos, que me dijiste, que te dije... ¿qué nos dijimos? ¡Ay el viento, cómo se lleva todo con el paso del tiempo!. Reniego porque pesan los desprecios, la desgana, la ausencia de palabra, el desgaste de una juventud alimentada de rutina. Ni siquiera sé si fui yo o fuiste tú, o fueron ellos. Ya ves, esto es mucho más complejo que lo simple que sería querernos cuidar con un hombro donde llorar y una risa en la que vivir ciertos momentos.

Me pregunto cuánto tiempo hace que no encuentro consuelo en la palabra amistad, así que voy directo al diccionario para que me salve de la caída.
 amistad.
(Del lat. *amicĭtas, -ātis, por amicitĭa, amistad).
1. f. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.

Por suerte, encuentro en ello sabiduría y certeza, pero no, no hallo las razones necesarias con las que callar los ensordecedores silencios de un trato que apenas diviso, a ratos. Y entonces sí, me rindo y dejo caer mis brazos; me puede la nostalgia y el paso del tiempo. Me gana siempre la lágrima de un sentimiento. Lo siento, por todo aquello en lo que pude fallar, pero más por todo aquello en lo que fallamos juntos, quizá sin pretenderlo.


Sé de sobra que no será difícil encontrarse entre estas letras,  pero esto no es una escopeta, no es un arma cargada a conciencia, tan sólo es una tímida bandera blanca alzada en mi trinchera. 











martes, 25 de febrero de 2014

MUJER TENÍAS QUE SER.

Mujer tenías que ser.

'Mujer tenías que ser', llevo toda mi vida escuchando esa tan tradicional frase que, insultantemente, viaja directa o indirectamente de una boca a otra; sale disparada de las cuerdas vocales de personas que vuelcan en ella toda su ignorancia y prepotencia como si pronunciarla les otorgara la autoridad suficiente para dejarme a mí, Dolores García o Lola, como me gusta que me llamen, y a todo mi género, por los suelos. Pero no sólo es la dichosa frase con sus cuatro palabras y dieciséis letras, pues va más allá esto, ya que hay muchas miradas que, bocas selladitas, hablan más que callan y dañan -vamos que si dañan- porque ven, ríen y enmudecen. Sólo rompen su silencio para soltar carcajadas al escuchar el típico chiste de fiesta, o de relleno, o de comida de empresa, o de panda de necios,... ¡o necias! (lo que faltaba). El inconfundible chiste tipo: ¿Qué hace una mujer fuera de la cocina? -me gustaría no acabarlo, no contarles el final, pero ¡qué leches!, que viven en mi mismo mundo...- Turismo. Pues sí, yo cuando salgo de la cocina para coger el teléfono rápidamente porque la compañía de telecomunicación de turno quiere ofrecerme una megaoferta, estoy haciendo turismo; mientras sorteo el desconcierto de juguetes de mis dos hijos que hay danzando por el suelo del pasillo, también hago turismo; o mientras se cuece el cocido, y aprovecho para ir de dormitorio en dormitorio para hacer las camas... ¿saben? sí, eso es, estoy haciendo turismo. De tal manera que ya he estado en París, Londres, la India, Buenos Aires, Nueva York, la Gran muralla china, y lo siguiente es el Sáhara. Todo eso con sólo cruzar el umbral de la puerta de la cocina. ¡Olé por nosotras, mujeres!
"¿Dónde narices está la gracia?" pienso yo, porque nunca le encuentro el punto de humor al machismo. Vale, que a lo mejor hay que tratar de reírse de todo, y mira que yo soy de las que enseguida sueltan una carcajada (aunque ahora no se lo parezca); el caso es que creo que siempre somos unos bandos los que admitimos la gracia, y otros los que las hacen y no se miran nunca al espejo.

A lo que iba... hoy he amanecido a las siete y veintiocho de la mañana, ocho minutos más tarde de lo normal. Por ese lado, bien, pero si a eso le sumas que dos animales salvajes llamados Manuel y Pablo, estaban pegando gritos ya desde primera hora por ver quién era el dueño del mando a distancia del aparato que les atonta a incalculables dimensiones... entonces, con dolor de cabeza incluido, con mareos propios de la edad, con una montaña de ropa esperando en el baño para entrar directa a la lavadora, con todo eso y mis preciadas legañas, allá voy.
Una hora después, problema solventado, estamos terminando de vestirnos, mis hijos y yo, digo. Mi marido ha salido de casa a las 7.15 para ir a su trabajo, que aún conserva, por suerte. Nos metemos en el coche, les abrocho a las sillas con sus cinturones de seguridad y nos ponemos en marcha hacia el colegio. Al llegar, ¡tachaaaan!, sitio en la puerta. Reduzco la velocidad, pongo el intermitente izquierdo, viro el volante, dejo que pase el coche de detrás que parece que tiene hambre por la cercanía al mío, y empiezo a maniobrar: un poco para un lado, un poco hacia atrás, apurando al máximo al coche que está aparcado detrás y... clic...

-Pero, ¡¿qué haces?! ¿¡es que no sabes conducir o qué!? ¡ten más cuidadiiiito, gili*****s!¡Mujer tenías que ser! -todo eso es lo que me soltó el conductor del coche al que le rocé literalmente el morro con mi parte trasera. Un simple clic. Un simple roce y ya me he ganado el premio del día: la tan preciada frase.

Con todo eso, dejando a mis hijos con el mayor cariño posible en la puerta del colegio, me dispongo a dirigirme hacia mi trabajo; porque sí, también por suerte, trabajo, para ser exactos en una agencia de viajes en la que se me requiere de buena presencia, o lo que es lo mismo: tacones, pendientes, pelo recogido, bien lavado, maquillaje oculta-arrugas, sombra de ojos oculta-ojeras,... ¿sigo?. Entran por la puerta un señor y una señora de unos 50 años aproximadamente. Se sientan cómodamente mientras yo les recibo dándoles los buenos días y ofreciéndoles una gran sonrisa. Empezamos a charlar sobre qué es lo que buscan. Mi ordenador, esa máquina que tanto nos ha hecho evolucionar, se queda "pillado" cada dos por tres, y ahí está... tratando de conectarse al servidor para buscar ofertas y posibles destinos a una velocidad estrepitosamente... lenta. Y así ocurre que el hombre, acompañado de la mujer, me suelta una mirada como diciendo... sí, han adivinado... mujer tenías que ser. ¡Cómo si de mí dependiera que el ordenador vaya mejor o peor! Pero claro, eso al señor le importa un pimiento, ya que está haciéndole señas a mi jefe para que venga él a ver qué pasa y lo solucione todo, todo, y todo.

Así durante toooodo el día.


Exhausta, dan las once de la noche. Mi marido y yo estamos en el sofá del salón viendo la televisión, el mismo aparato que dije atonta a mis hijos. Ellos, duermen desde hace tan sólo veinte minutos. Nosotros, por fin, podemos dedicarnos un tiempo. Mi marido me mira, de la misma manera en que me miró la vez que se puso de rodillas hace ya once años y me pidió matrimonio; de hecho, justo de la misma manera, y justo hace once años... hoy. ¡Cómo he podido olvidarlo!

- Te quiero -empieza diciendo- ¡feliz aniversario mi amor!

Yo me siento fatal, porque me he olvidado y nunca me ha pasado tal cosa. Y encima, para colmo, él se ha acordado antes que yo.

- No importa cuántos años pasen porque adoro pasar los días contigo -continúa diciendo mi marido- aunque a veces la rutina nos consuma, aunque a veces parezca que ya no somos esos dos jóvenes adolescentes... pero eso no importa, yo te quiero. Y te quiero porque mujer tenías que ser para ser esa heroína que saca tres manos cuando sólo tiene dos; que exprime los relojes hasta que consigue todos los segundos que necesita; que lava, plancha y cocina al mismo tiempo; que recibe las llamadas y administra los papeles de la casa; que trabaja fuera y dentro de la misma; que trata de sonreír siempre y quiere como nadie... ¡cómo no te voy a querer!.

Y señoras y señores, mi marido puede que no sea perfecto, pero... hombre tenía que ser para pensar toda esa serie de mentiras sobre mí, y además... hacer que me las crea. Supongo que al igual que no todas las mujeres somos iguales, tampoco lo son los hombres, y este es mi adorable marido. Pero bueno, yo me las creo, porque le quiero, y porque aunque haya más de una que no sea del todo cierta, yo lo intento, yo me esfuerzo día a día porque sí, soy mujer. Soy luchadora, soy cocinera, soy trabajadora, soy madre, soy habladora, soy psicóloga, soy humorista, soy profesora, soy contable, soy administradora, soy sensual, soy guapa, soy única... o por lo menos, eso es lo que de mí como mujer se espera, y no quiero decepcionar a nadie. Mejor dicho: no quiero decepcionarme a mí misma.


Me dirijo a la cocina para hacerme una infusión para dormir mejor y entonces pienso: ¿quién ha dejado la cocina tan limpia?. Me voy hacia el dormitorio dispuesta a dar por concluido el día, y veo que hay un hombre de un metro ochenta roncando plácidamente. Entonces caigo en la cuenta: "Ay Lola, Lolita, Lola, ¡mujer tenías que ser! Si no te agobiaras tanto verías que ese monstruo durmiente de ronquidos honorables también (y por supuesto) sabe hacer cosas..."