sábado, 22 de septiembre de 2012

ESTUDIO SIN ALMA.


Me ahogo, se me agota el aire. Me siento solo, sin nadie. Las lágrimas empiezan a cubrirme por completo la vista y a nublarme la mirada. Ahora ya no veo nada claro, lo percibo todo oscuro, raro. El agobio puede con esta distancia que me separa de sentirme bien en casa y por eso me encuentro entre estas cuatro paredes blancas sollozando como un niño desolado. Este estudio no tiene alma; ni alma, ni corazón, ni el sabor que deja tu beso de buenas noches. Todas las cosas están patas arriba esparcidas por el cuarto y yo aún permanezco aquí tirado; me siento desamparado. Mi rostro está algo desencajado por un cambio no esperado. Mi cuerpo hoy sólo habla de los días aquí vividos, de la falta de amor sincero que me engorde los kilos que ya he perdido. Me siento menos consistente. Necesito alguien que me abrace fuerte. Fuerte y con cuidado que me duele no saber dónde dormir, donde estar en paz con mis pensamientos macabros. Mis manos tiemblan al escribir estas palabras que tan sólo buscan calmar mi razón, pero sigo inquieto y solo, y se me corta la respiración. Me siento lejos, muy lejos de mi hogar. Descuelgo el teléfono, empieza a dar señal. Ella descuelga a miles de kilómetros de aquí y yo escucho el sonido de su voz que lo apacigua todo en mi interior. 

- Mamá -le digo con la voz rota y quebrada. Ella me escucha y aguanta sus lágrimas. Me calma- 

Vuelvo a respirar...

Jason Mraz - 93 million miles.
La música, al igual que las personas, nos ayuda en muchas ocasiones a trasmitir o hacer llegar un sentimiento a nuestro cuerpo que a veces no es posible de cualquier otra manera. Escuchar esta canción me hace estar en paz, me hace sentir en mi hogar.

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